XIII

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Luego de que Ryan bajara de la habitación de los niños y le confesara a Dallon que se había rendido de intentar despertar a Amelie, ellos habían acompañado a Brendon y Knox en la sala. Los dos últimos realmente no prestaron mucha atención a los adultos, pues cada uno estaba concentrado en su respectiva tarea; mientras Knox resolvía operaciones matemáticas, Brendon elaboraba un reporte de lectura en su laptop.

Dallon y su amigo charlaron, tocando temas simples y no tan controversiales como los que abordaron en la cocina. En todo ese tiempo, ninguno dejó de mirar a los menores cuando hablaban entre sí y mucho menos cuando terminaron los deberes y el pequeño Weekes le mostró al azabache un libro que una profesora le había prestado.

Ryan veía asombrado lo que tenía frente a sus ojos. Es decir, no le sorprendía que el niñero hiciese un buen trabajo escuchando al niño, pero sí el hecho de que el niño que estuviera hablando sin parar y con tanta confianza fuese Knox, el mismo que no solía usar mucho su voz. Le parecía increíble que el pequeño riera naturalmente cuando Brendon lo hacía e incluso le daba envidia que a Urie no lo tratara con tanto desprecio como a él. Simplemente ¡wow!

Y Dallon, en cambio, veía la escena contraria con una sonrisa discreta —o así pretendía ser— y dejó puestos sus ojos en Brendon durante mucho tiempo. Lo que pasaba por su mente era su grave voz, un agradable sonido, cabía mencionar, y pensaba en qué haría si el chico no estuviese ahí. Lo necesitaba, sabía eso perfectamente. Sin Brendon, Knox no sonreiría tan seguido, no tendría con quién burlarse de la ridícula historia que contaba el libro que su profesora le dio ni estaría tan cómodo en ese lugar.

Y no fue hasta ese momento en el que pensó las cosas más allá de lo que debía; ¿qué pasaría con ellos, los Weekes, cuando el tiempo se acabara y Brendon tuviera que irse?

Más tarde, Ryan terminó su visita no muy satisfecho por no haber visto a su niña favorita y se fue. Para este punto, como a las cinco y media, Dallon estaba listo para irse y se despidió, incluso de Amelie aunque hubiese estado dormida. Curiosamente cuando sus personas favoritas se fueron, la rubia despertó y bajó a la sala. Brendon la vio llegando, arrastrando los pies mientras lo hacía, y palmeó el lugar vacío a su lado en el sofá para que la pequeña lo acompañara. Ella acató la indicación encantada

— ¿Cómo estás, preciosa? — Le preguntó con sumo interés.

— Siento como si hubiera volado entre las nubes y luego caído dentro de un volcán. Desperté y me duelen los ojos.

— Dormiste más tiempo del que acostumbras en esta parte del día, por eso te sientes así. — Dijo Knox desde el otro lado de Brendon, todavía con el libro infantil en manos. El dibujo de la portada llamó la atención de la cansada Amelie, aunque después de ver el libro ya no se sintió tan mal.

— ¿Y ese cuento? — Preguntó.

— Me lo prestó la señorita Williams.

— Oh, ¿crees que pueda verlo?

— Sí creo que puedas, pero no te dejaré hacerlo.

Amelie hizo una mueca triste y Brendon frunció el ceño.

— Knox, no seas así con ella. Te lo está pidiendo amablemente.

— No dijo «por favor».

— Por favor. — Dijo Amelie.

— Por favor, ¿qué?

— ¿Me dejas ver el libro, por favor?

Knox en un principio frunció los labios, pero al ver la mirada suplicante de su niñero, tendió el libro a su hermana.

East Wind •• BrallonWhere stories live. Discover now