Capítulo 6 - Esperanza

19 4 18
                                    

Lo primero que pensé al leer la carta fue en cómo reaccionará la chica de polera negra al enterarte de esta psiquiatra. Y es que muchas personas creen que los psicólogos y psiquiatras son médicos de locos, y que si uno les habla es porque está chiflado o lo estará muy pronto, Hay un miedo generalizado que ronda la salud mental y que sigue causando mucho prejuicio hacia los que la necesitan. La verdad es que hay enfermedades o problemas que no pueden resolverse ni con la mejor amistad que pueda existir. La chica de gorro verde se habrá dado cuenta de esto, la cuestión es si su amiga también habrá de aceptarlo. A veces la mejor ayuda que podemos regalar a alguien es persuadir a esta persona a buscar auxilio de alguien más calificado que nosotros, porque hasta la mejor de las intenciones puede resultar mal si no se sigue el camino correcto para llegar al mejor resultado.

Ahora ya pasaron cuatro días desde que les leí la carta y sigo aquí sola esperando la otra chica, Hoy el cielo está nublado y las araucarias parecen teñirse de un verde oscuro, casi negro. Y ahí viene ella, corriendo por el camino pedregoso, ojalá no se vaya a caer como la última vez, Me imagino que su miedo se mezcla con la impaciencia y no puede detenerse. Ahora ya está aquí, sigue con su habitual polera negra. Hoy trae un cuaderno en su mano derecha y un lápiz en la izquierda, Se sienta en el suelo para buscar la lata y cuando la encuentra no la abre enseguida, sino que la mueve cerca de sus oídos como tratando de adivinar si hay algo dentro. Cuando se percata del volumen interno, sonríe tan lindo que me contagia también, No sé por qué las sonrisas son tan contagiosas.

Cuando ve las flores dentro de la latita, casi llora de felicidad, como si aquel fuera el único regalo que recibió en mucho tiempo. Pienso que después de la muerte de su mamá, quizás nadie nunca le dio ningún obsequio, ni siquiera algo tan sencillo como algunas flores silvestres. Pero esa sonrisa en su cara se disipó al leer la carta, parece asustada y confusa, Camina de un lado para el otro repitiendo la palabra psiquiatra como si el acto de repetir varias veces la ayudara a entender por qué esta palabra hace parte de la carta. Pero poco a poco veo que se tranquiliza, porque es inevitable que se dé cuenta de que algo muy mal le pasa y de que necesita ayuda urgente. Al final se sienta y hasta vuelve a sonreír ahora. Este es el efecto de la esperanza de algo mejor, La esperanza siempre nos calma el alma instantáneamente. La esperanza nos puede hacer replantear todo nuestro futuro, trazar caminos antes inalcanzables, construir puentes, saltar lejos. Sí, la esperanza abre un sinfín de posibilidades, y sea que se cumplan todas, o no, igualmente nos permite vivir mucho mejor durante ese período de ilusión.

Por fin veo que ella está muy decidida y agarra la latita para usar como un apoyo para  su escritura. Está muy compenetrada en lo que escribe, ni siquiera levanta la cabeza hasta terminar la carta. Yo sigo curiosa, pero la dejo sola, Prefiero estar distante observándola porque de este modo puedo contemplar el paisaje completo, donde también está la araucaria y su verde magnífico. Cómo extraño escribir cartas, la diviso allí con un poco de envidia, Escribir cartas y esperar respuestas era una de las cosas que más me gustaban hacer en la vida, La tecnología nos ha robado todo esto. Realmente es lindo que en el caso de ella eso todavía sea posible, Bueno, sé que no es una historia real, pero podría serlo, ya que en lugares apartados en bosques o campo, no siempre hay señales de celular o internet. Aunque pensándolo bien, incluso en lugares así la gente anda pegada en sus dispositivos electrónicos, pero de eso ya he hablado en otra historia, y espero no empezar a mezclarlas sino podría causarles una confusión terrible. Mejor volvamos a la chica de polera negra, ahora ya se ha parado y la carta ya se encuentra en su sitio secreto. Se marcha, pero se devuelve como si hubiera olvidado algo, Ahora se agacha como para buscar algo en el suelo, está eligiendo una piedrita, sí, una piedrita de esas tan lindas que se esconden entre miles de otras. La guarda en la lata y se marcha. Eso me hizo recordar un viaje que hice a Chile, estábamos en la isla de Mancera, cerca de Valdivia, y queríamos rodear toda la isla, y yo buscaba piedritas bonitas, me gustaban las que eran muy blancas y lisas, las más perfectas, Guardé tanto que mi mochila se llenó de ellas. Todavía tendré una guardada en algún lugar. Pero no les interesa saber eso, cierto, porque se mueren por leer la carta. Aquí la dejo con mucho gusto.

La araucaria  Where stories live. Discover now