Capítulo 18

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Londres – Navidad de 1949/enero de 1950

—¿Pero tú te crees que soy imbécil? O peor, ¿acaso crees que me he quedado sordo y no os he oído? —bramaba Alfred a un Cillian sonrojado que agachaba la cabeza, sumiso.

—No, pero, ¿me puedes dar mi ropa, por favor? —respondió Cillian en voz baja.

Alfred había vuelto antes de tiempo y no pudo evitar oír a Heike y Cillian. Al principio creyó que se trataba de Cillian que había venido con alguna de sus conquistas, pero se quedó sorprendido cuando resultó que este salía a toda prisa desnudo de la habitación de Heike. Antes de que el infeliz entrara a su propio dormitorio para poder vestirse, lo agarró del brazo y lo llevó a su propio dormitorio. Estaba tan furioso que no le salían las palabras. ¿Cómo había sido capaz de aprovecharse de la joven Heike? No se lo esperaba de él. 

—Al menos, habrás tenido la deferencia de tomar alguna precaución, maldito inconsciente.

—Yo quise, pero ella dijo que no, que no puede quedarse embarazada, por si te interesa.

—Lo único que me interesa es que te has acostado con una niña. Como se entere Elmira, la que te va a matar es ella. Si a mí ya me cuesta, estoy seguro de que a ella no le supondrá ningún esfuerzo. Eso te lo puedo garantizar.

—Tiene dieciséis años y te aseguro que no es tan niña. —se defendió un Cillian que no vio venir una bofetada de Alfred.

—Me trae sin cuidado. Si te vuelves a acercarte a ella, juro por todo que te echo a patadas de esta casa. 

—Alfred, ella y no nos queremos. No importa la edad. Pero sé que la amo y quiero pasar el resto de mi vida con ella. Si ella no hubiera querido, no habríamos hecho nada, te lo juro por mis padres. Además, yo no tengo veintitrés años. En realidad... tengo veinte.

—No te creo, tu partida de nacimiento pone que naciste en 1926. Yo mismo la revisé cuando te metí en mi compañía.

—Falsifiqué mi partida para poder alistarme y contribuir con la causa. Que aparentase más edad ayudó a forjar el engaño. La verdadera partida está en Irlanda. Puedes pedirla, si no me crees.

—Por supuesto que la pediré, pero eso no quita ni justifica lo que has hecho. Ahora, vete. Ya hablaremos más tarde.

Cillian se fue apesadumbrado. Le dolía haber decepcionado a su mentor, pero, ¿qué podía hacer él? Heike y él por fin habían revelado sus verdaderos sentimientos y se habían entregado el uno al otro. Y ahora que se sabría que en realidad no se llevaban tantos años, incluso podrían solucionar en gran medida su situación. No sería la primera chica de dieciséis años que sale con alguien de veinte y mucho y se casa. Hace siglos —incluso apenas unas décadas— atrás a muchas jóvenes que apenas habían llegado a la pubertad  las casaban con hombres que perfectamente podrían ser no solo sus padres, sino sus abuelos. Porque si de algo estaba muy seguro es que quería casarse con ella. Pasó junto a una Elmira que lo miró con curiosidad. Había llegado justo después de la bronca y, pese a las consecuencias de cómo reaccionaría —admitía que la flamante  y menuda esposa de Alfred le imponía más respeto que él—, decidió sincerarse él mismo antes de que Alfred se lo contara. Porque se lo iba a contar, entre la feliz pareja no había ningún secreto.

—Elmira, ¿podemos hablar? He hecho una cosa que puede que no te guste. De todas formas, Alfred te lo contará.

—¿Qué es? Por tu cara, veo que no es nada bueno. —Elmira lo miró, sorprendida y preocupada.

Cillian tragó saliva y le contó, titubeando y sin atreverse a mirarla a la cara lo que habían hecho Heike y él, así como su verdadera edad. Esperaba otro bofetón cuando terminó, pero Elmira le tomó de la mano y lo obligó a mirarla a los ojos. 

La dama de los ojos plateadosWhere stories live. Discover now