Capítulo 5

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extrañaba que Leo la odiase; era consciente de que su táctica para bajar los humos a los hombres a veces levantaba ampollas, pero estaba convencida de que Leopold Gallagher necesitaba doble ración.

Nunca había visto a un hombre tan serio, tan comedido, tan odiosamente educado. Todavía no era capaz de entender cómo un tipo así había podido besarla con tanta pasión en el barco; parecía más frío que un congelador industrial. Y luego estaba su fabulosa, maravillosa y hermosa novia. A Cat le bastó una ojeada para saber a qué tipo de mujer se enfrentaba y no le cupo duda de que era de esas que se dedicarían a potenciar los rasgos más desagradables de la personalidad de su desgraciado novio.

«Bueno, Leo Gallagher no tiene un aspecto muy desgraciado, la verdad», admitió para sí, «pero no sé por qué, no me cabe duda de que no es un hombre feliz y, lo que es más, estoy convencida de que estará mucho mejor sin esa tipeja fría y calculadora, por muy guapa que sea».

Convencida de la bondad de sus propósitos para ayudar a su pobre vecino, Cat comenzó a silbar una alegre melodía y subió de dos en dos los escalones de granito de la entrada del imponente edificio de acero y cristal, seguida de cerca por Milo.

La inauguración estaba siendo un éxito. A esas horas ya se habían vendido muchos cuadros y los alumnos de Catalina estaban eufóricos por la emoción. La mayoría de los asistentes eran familiares de los chicos y todos ellos le había trasmitido a la joven su inmensa gratitud por el placer que les daba ver a sus hijos o hermanos felices de sentirse, al menos por un día, como cualquier otra persona. Diego, el dueño de la galería de arte, rodeó la cintura de Cat con uno de sus brazos y le susurró al oído:

-Parece que la cosa funciona, ángel mío.

Catalina se volvió hacia él, sonriente, y le contestó:

-Está siendo todo un éxito. Ya casi hemos recaudado la mitad de lo que necesitamos para reparar el edificio. Muchas gracias, Diego, no sé qué habríamos hecho sin tu ayuda -su amiga Fiona se acercó a ellos en ese momento.

-Caramba, Cat, algunos de estos alumnos tuyos tienen las manos muy largas -se quejó intentando sacudirse a un muchacho bajito, de grandes ojos y sonrisa perpetua.

-Martin, cielo, deja a Fiona tranquila, ahora no quiere jugar contigo.

El muchacho asintió con la cabeza y, sin perder su sonrisa, se alejó en dirección a otra chica que andaba por allí.

-A Martin le encantan las chicas guapas y creo que tu pelo le ha deslumbrado -comentó Cat admirando los rojos rizos de su amiga.

-No te quejes, Fiona, para una vez que un hombre te presta atención... -como de costumbre, Diego no dejó pasar la ocasión de pincharla.

-Ja, ja, Diego, eres muy gracioso -respondió Fiona, lanzándole una mirada asesina al dueño de la galería.

Fiona y Diego habían mantenido una tormentosa relación durante casi tres años, hasta que ella lo dejó por uno de los jóvenes artistas que exponían en su galería. Desde entonces, no podían verse sin intercambiar alguna que otra pulla.

-Paz, queridos, no empecéis -rogó Cat, conciliadora.

-Buenas noches, Catalina.

Sorprendida, la joven se volvió y descubrió a Leopold a su espalda vestido con un elegante esmoquin negro y una camisa de un blanco cegador que resaltaba el tono bronceado de su piel.

-¡Caramba, Leo, esta noche ya te había dado por perdido! Vienes muy elegante -declaró Cat contenta de verlo allí, mientras recorría de arriba a abajo su poderosa figura con admiración.

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