Capítulo 18

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Capítulo 18

Cinco meses después, Leopold Gallagher se encontraba trabajando en su despacho cuando entró su secretaria  con un ejemplar de The Times en una de sus manos.

—Gracias, Janet, déjalo ahí, por favor —dijo sin levantar la vista de los documentos que repasaba en ese momento.

Al terminar, abrió el periódico y le echó un rápido vistazo para ver las noticias del día. Acababa de pasar una página cuando leyó de pasada uno de los numerosos anuncios de la sección de cultura; incrédulo, se quedó inmóvil y volvió a leerlo detenidamente.

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HOY MIÉRCOLES, A LAS 19:00 H.

INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN DE PINTURA

«PAISAJES INTERIORES»

DE CATALINA STAPLETON

GALERÍA TORRES
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Leopold permaneció un buen rato mirando con fijeza el anuncio del periódico sin verlo en realidad. El dolor agudo que atravesó sus entrañas le sorprendió; estaba convencido de que el tiempo transcurrido había conseguido mitigar el daño que la desaparición de Catalina, sin darle ningún tipo de explicación, le había causado. Su primera idea fue rasgar la página, estrujarla entre sus dedos y arrojarla a la papelera, pero, de inmediato, cambió de opinión. Durante toda su vida se había enfrentado con los problemas cara a cara y esta vez no sería una excepción.

A pesar de que ya no creía albergar ningún sentimiento profundo hacia Catalina, pensaba que sería mejor asegurarse. Leopold reflexionó durante un buen rato y tomó una decisión: acudiría a la galería y la saludaría como un ser civilizado saluda a otro con el que ha compartido algunos momentos especiales.

Nada más.

Satisfecho al comprobar lo tranquilo que se sentía después de haber tomado esa resolución, decidió llamar a la mujer de Harry para que lo acompañara.

En cuanto entró en la galería, Leopold descubrió a Catalina en un rincón hablando con Diego Torres y una pareja desconocida. A pesar de saber que iba a encontrarse con ella, Leo no estaba preparado para la oleada de emoción que lo recorrió al verla. Cat estaba todavía más hermosa de lo que la recordaba; lucía unos pantalones ajustados y una camisola suelta color rosa y estaba radiante, como si una lámpara la iluminara desde dentro. Gallagher se detuvo incapaz de dar un paso más y Lisa, que caminaba a su lado, lo miró con curiosidad.

—¿Te ocurre algo, Leopold?

Leopold inspiró con fuerza antes de contestar.

—Nada, Lisa. Ven, vamos a saludar a la artista —con el brazo alrededor de la cintura de la mujer se acercó a Cat, que en ese momento se reía de algo que había dicho Diego.

—Hola, Catalina.

—¡Leo! —cualquier vestigio de color desapareció súbitamente de sus mejillas y Leopold, testigo de su palidez, se sintió como un fantasma del pasado que hubiera venido a atormentarla de nuevo—. No… No esperaba verte por aquí…

Se notaba que a Catalina le costaba encontrar las palabras, lo que le produjo una cierta satisfacción. Con disimulado interés, la mirada de Lisa pasaba del uno al otro, como si presintiera las tumultuosas corrientes ocultas que circulaban entre los dos.

—Vi el anuncio de la exposición en el periódico y decidí pasar a saludarte —la ventaja que llevaba Leo sobre ella le permitió dirigirse a su exvecina con aparente indiferencia.

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