Capítulo 12

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Capítulo 12

Durante los días que siguieron, Leopold apenas pudo concentrarse en su trabajo. Cuando alguien le decía
algo, tardaba un instante en procesarlo y no siempre daba la respuesta que venía al caso. Su secretaria, una mujer de mediana edad que llevaba trabajando con él desde hacía más de quince años, lo miraba preocupada y Leopold tuvo que asegurarle en varias ocasiones que no le ocurría nada.

Todo su afán se centraba en encontrar una estrategia que le permitiera llevar a su vecina a la cama. Apenas se había decidido por un plan, lo abandonaba y proyectaba otro con detalles aún más elaborados. El tema se estaba volviendo una obsesión y notaba que corría el riesgo de volverse loco.

Un par de semanas después, decidió llevarla a cenar a uno de los restaurantes de moda de Londres, donde la lista de espera no bajaba de los tres meses. Gracias a sus contactos, consiguió una mesa para dos para esa misma noche y fue a comunicárselo a su vecina. Llamó al timbre, una, dos, cinco veces… hasta que resultó evidente que Catalina no se encontraba en casa. Así que, frustrado por el deseo que tenía de verla de nuevo, regresó a su piso y, en ese mismo instante, sonó el teléfono.

—¿Diga?

—Leo, ¿Leo? —reconoció en el acto la voz de su vecina, pero parecía llegarle desde muy lejos y había un desagradable ruido de fondo.

—¿Catalina? Dime, te escucho.

—Necesito que me hagas un favor, Leo.

—¿Un favor?

—Necesito que saques a Milo a pasear, no sé a qué hora llegaré esta noche.

—¿Dónde estás? —no pudo evitar preguntar, pero la voz de la chica dejó de oírse durante unos segundos y Leo no entendió la respuesta.

—…la llave está detrás del extintor de la escalera —seguía diciendo Cat cuando se recuperó la comunicación.

—Está bien, Catalina, no te preocupes, ahora mismo lo sacaré.

—¡Gracias, Leo! Sabía que podía contar con… —en ese momento la conversación se cortó.

—¡Demonios! —exclamó Leopold, preocupado, le daba la sensación de que algo inquietaba a su vecina.

Volvió a salir, cogió las llaves y entró en el piso de Catalina. Por unos instantes, sintió la tentación de ir a su estudio y examinar el resto de sus cuadros, pero resistió el impulso; hacer algo así, sería como leer el diario de la joven, se dijo.

—Hola, Milo —respondió al saludo impetuoso del enorme animal.

Encontró la correa, se la puso y enseguida estaban en la calle, donde dieron un largo paseo por los muelles. Cuando regresaron, Catalina todavía no había vuelto. Leopold le dio al perro su ración de pienso y se quedó un rato sentado en el sillón hojeando un libro de pintura. Hacia las diez decidió irse a su casa. Se preparó algo de cenar pero no encendió el televisor, atento al regreso de su vecina. Eran casi las doce cuando escuchó el ascensor detenerse en su planta. Con rapidez, salió afuera y descubrió a Cat que trataba de girar la llave en la cerradura sin conseguirlo; por un momento, pensó que había bebido pero, cuando al oír ruido a sus espaldas la joven se volvió hacia él, vio las oscuras ojeras bajo sus ojos y se dio cuenta de que, en realidad, se encontraba exhausta. Al instante, se borraron de su mente todos sus planes de seducción.

—Catalina, ¿qué ocurre? —fue hacia ella, la apartó con suavidad y él mismo dio la vuelta a la llave.

—Buenas noches, Leo, gracias por ocuparte de Milo —Catalina trató de sonreír con labios temblorosos, pero era evidente que el esfuerzo era demasiado para ella.

Algo Más Que Vecinos Where stories live. Discover now