Capítulo Treinta y Dos

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La espera se me hace eterna

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La espera se me hace eterna.

No me gusta no tener noticias, no saber qué es lo que está pasando o si va todo bien o no. Intento mantener la calma, no quiero que se me vea muy nervioso delante de la familia de Mireia, pero creo que no lo consigo: me aprieto mucho las manos, me pongo y quito las gafas, me paso la mano por el pelo...

Oriol y Pau me han explicado varias veces el procedimiento en sí, lo que van a hacerle a Mireia paso a paso, la técnica utilizada, si van a anestesiarla por completo o solo de forma local, las posibles complicaciones, lo buena que es la ginecóloga y el equipo que la van a atender...

Todo suena extraño y desconocido para mí, por mucho que lo hagan de forma fácil, siendo lo más simple posibles, casi como si se lo explicasen a un niño, se me escapan muchas cosas.

—¿Te acompaño a tomar el aire? —se ofrece Oriol, dándome una palmada en la espalda y me sonríe. Ya me caía bien de las veces que habíamos coincidido, pero en un día me ha demostrado muchísimo. Sin él no estaría aquí—. O te llevo hasta ahí y te doy intimidad en el caso que la necesites.

¿Tan mal estoy que me ofrece eso? Sí, necesito aire fresco, no sé cuántas horas llevo encerrado en el hospital al lado de Mireia, pero ella me necesitaba a su lado. Me necesita aquí. Y yo necesito estar con ella.

—Estoy bien aquí —murmuro sin muchas ganas—. Gracias.

—Aún queda un tiempo para que podamos ver a Mireia —intenta convencerme—, cuando acabe el procedimiento van a tenerla en observación al principio. No te irá mal tomar el aire. Así puedes hablar con amigos o familiares si lo necesitas.

Aún no he hablado con Sebastian, he ignorado sus llamadas, incluso las que venían desde el móvil de Lena, porque sé que no eran de ella, que eran de mi mejor amigo esperanzado de que desde ahí sí le contestase.

Pero es que no sé qué decirle a Sebastian.

—Llévatelo —intercede Pau, que está muy preocupado por su hermana. No ha hecho ninguna broma desde que lo he visto, ningún comentario fuera de lugar, está muy serio y no para de pasarse una pelotita antiestrés de mano a mano—. No ha salido de la habitación de Mireia ni para comer, necesita el aire fresco.

No me apetece ponerme a discutir sobre algo tan absurdo, así que acabo por seguir a Oriol por los pasillos del hospital. Acabamos en una terraza en la que no hay nadie, no sé si es que es que no se puede acceder o solo pueden hacerlo los trabajadores, pero sí, tiene la suficiente intimidad.

—Voy a la cafetería a por un café, ¿quieres tú algo? —me pregunta y esboza una sonrisa—. ¿Café, té, agua? ¿Algo más fuerte?

—No quiero nada. —Tengo el estómago cerrado, soy incapaz de comer o beber algo—. Gracias.

Oriol asiente y me deja solo. Una vez que lo estoy, suspiro varias veces y cierro los ojos durante unos segundos.

Siento que me ahogo por la situación porque se me escapa de las manos y del control. No hay nada que pueda hacer para cambiarlo, no había nada que pudiese haber hecho para hacerlo aunque lo hubiese sabido cuando me tocaba.

La verdad tras su sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora