Capítulo Treinta y Ocho

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Llevo todo el tiempo desde que ha venido a buscarme a mi hotel mirando de reojo a James

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Llevo todo el tiempo desde que ha venido a buscarme a mi hotel mirando de reojo a James.

Siempre he pensando que es muy guapo, desde que lo había conocido de esa forma tan peculiar en lo que lo habíamos hecho, pero pasa el tiempo y me sigo sorprendiendo al darme cuenta de algunos detalles en su rostro a los que antes no había prestado tanta atención.

Un ejemplo es su barba; según cómo le da la luz del sol parece que sea pelirroja en lugar de castaña como su cabello, lo que hace que sus ojos brillen y parezcan aún más azules de lo que son.

Y a mí me encanta. Su mirada es una de las cosas que más me gustan de él porque es capaz de expresar mucho más que sus palabras, o hacer que estas tengan aún más significado.

—¿Por qué estás tan pendiente de mí? —pregunto al ver que no deja de hacerlo—. Me voy a gastar, Jamesito.

—¿No puedo hacerlo?

—No he dicho lo contrario, solo quiero saber el motivo. Es una pregunta inocente.

—Me gusta mirarte —admite y sonríe sin apartar sus ojos de los míos—. ¿Te mareas yendo en barco?

Cuando había buscado sitios turísticos o interesantes para visitar en Estocolmo, el parque de atracciones al que estamos yendo no había sido ni mi segunda opción. Ni siquiera sabía que existía si no fuera porque una página de viajes en Google me lo había sugerido vendiéndolo como un lugar al que tienes que ir sí o sí de la capital sueca.

No me gustan estos sitios y por lo que ha dicho James, a él tampoco, lo que no me sorprende, según sus palabras, tiene respeto por las alturas y no es muy fan.

Sin embargo, elegir un lugar bonito al que ir con alguien que vive en la ciudad es complicado. Solo quiero que sea especial, que nuestra segunda primera cita, porque para mí lo es, sea memorable y que con el paso del tiempo la recordemos con mucho cariño.

Además, también me apetece reírme un poco de él y verlo en una situación distinta en la que no sea tan correcto y formal.

—No es un trayecto muy largo, ¿no? —asumo mientras subimos al ferry—. Soy de mareo fácil. Odiaba las excursiones en el colegio en autocar por eso mismo, tenía que ir delante o tomarme una medicina.

—Lo sé, te conozco muy bien, Mireia. —Cuando nos sentamos en unos asientos libres que hay, me besa la mejilla con cariño—. Ya te aviso, no pienso subirme en eso. —Señala una atracción que si no voy errada, es una caída libre y se ve desde lo lejos, lo que indica lo alta que es—. A todo lo demás sí.

—¿Y si quiero subir justo en esa? —lo chincho un poco—. Es lo que más me apetece e ilusión tengo.

Estoy mintiendo, tampoco quiero hacerlo, lo había decidido al verlo en la página web, pero que lo remarque solo me da pie para que lo moleste un poco.

La verdad tras su sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora