Madrugadas

515 43 47
                                    

     La oscuridad se cernió sobre el vasto vacío, absorbiendo cada rayo de luz. No había ni arriba, ni abajo, nada, nada más que un abismo insondable frente a él.
     Oyó una risa senil, resonando en todos lados, como el eco mortífero en las cuevas más profundas. El viento resopló en su espalda, helándole los huesos con el sentir de la muerte hasta que, sin previo aviso, unos rayos azules se escurrieron a su alrededor. Y la risa tomó forma.

     —El tiempo vuela —dijo el anciano bajo la capucha negra. Sus huesudos dedos completaban la malicia que escupían sus palabras.

     —Tú... —murmulló Dans. Quería hacer algo, pero estaba casi petrificado, sin poder moverse. Flotando en el espacio que lo rodeaba todo.

     —Sirves bien, pero no lo suficiente —lanzó una descarga eléctrica contra él, provocándole un alarido de dolor que se ahogó en la nada—. Seguirás bajo mi control, todo cuanto quiera, no importa lo que luches, no importa lo que hagas, el Lado Oscuro siempre te acompañará... porque lo llevas dentro. Vamos, ¡saca tu odio y tu ira! —volvió a electrocutarlo, esta vez con más fuerza hasta que la carne comenzó a desprendérsele del pecho y la cara—. ¡Que afloren tus miedos!

     Y lo liberó de su agarre. La gravedad hizo que se estrellara contra un piso invisible, donde la sangre se desparramó hacia los costados; tiñéndole la ropa.

     —Basta... basta... —suplicó. Los espasmos de sus músculos eran como los de un moribundo.

     —La guerra va tomando su camino —contó el anciano. Dans no podía ver más que sus amarillentos dientes y sus resecos labios; decrépitos, como los de una momia antigua—. Hay mucho que hacer aún —estiró su mano en dirección al chico, usando la Fuerza para curarle las heridas, haciendo que las tiras de carne desprendidas de su cuerpo volvieran a unírsele hasta dejarlo como si nada hubiera pasado; solo para electrocutarlo una vez más.

     Dans sintió cómo el veneno de la oscuridad comenzaba a correr por sus venas, impregnando cada fibra, cada hueso, cada músculo y arteria, provocándole un ardor insoportable. Chilló, gimoteó y se arañó la piel tratando de hacer que parara, pero no podía. La sangre que se le escurría por la ropa regresaba a las heridas, extendiendo su sufrimiento mientras la risa macabra del anciano se regocijaba en las tinieblas.

     »Ahora dime lo que sabes —continuó—, llévame hasta la fuente que te trajo aquí.

     —N-No sé de qué hablas... —le respondió Dans, tosiendo a la par que se reincorporaba del piso.

     —Si así lo quieres... —empezó a estrangularlo con la Fuerza, sin dejarle ni un solo segundo para respirar.

     Cerró la mano y el cuello del chico se apretujó aún más mientras este se retorcía entre vagos quejidos, hasta que el rostro se le puso rojo, rojo por la mala sangre. Y entonces lo soltó de nuevo.

     »¿Me lo dirás ahora?

     —Yo... —hizo una pausa para recobrar el aliento. Sacudió la cabeza y se acomodó la gabardina con dificultad. Deslizó su mano por dentro de su abrigo tratando de ignorar el dolor que sacudía su cuerpo y levantó la mirada—. No te diré nada de nada, porque ni siquiera sé lo que me estás pidiendo —tosió con fuerza hasta escupir una mancha roja.

     El anciano apretujó los dientes, se relamió los labios y estiró ambos brazos para asestarle la descarga final.
     Los rayos azules se acercaron salvajes hacia él. Dans se tragó el miedo, contuvo el pánico y sacó rápidamente un cristal celeste que escondía bajo su abrigo: el cristal que salvó en Mortis.
     La descarga impactó directo sobre la superficie cristalina, desparramándose para todos lados con un sonido agudo y penetrador. El anciano se detuvo, las chispas desaparecieron y Dans quedó con la mano quemada y humeante, pero vivo y aún de pie.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History ITempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang