Alcance

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     Ahsoka sintió la brisa gélida del invierno acariciarle la mejilla. Abrió los ojos y se encontró recostada sobre un manto blanco escarchado. A su alrededor todo era oscuridad. La sombra negra de los árboles pintaba el suelo mientras que los copos de nieve caían lentamente desde las alturas, flotando sin rumbo. Se levantó y su pie se hundió hasta el tobillo, no había nadie, nadie salvo la luz de la luna lejana bañándola por completo. Caminó por un buen tramo hasta alcanzar un peñasco en forma de punta donde se puso a descansar; los brazos le temblaban un poco y el ulular del viento acompañaba su estancia. Entonces oyó fríos pasos viniendo desde detrás suyo, más allá de la pequeña colina de nieve que se apostaba a sus espaldas. Eran pesados, torpes y lentos.
     Llegó hasta la pequeña cima, se apoyó en las ramas sobresalientes de un árbol enterrado y echó a mirar hacia abajo. La silueta de un hombre se desplazaba entre el laberíntico entramado de troncos firmes que atiborraban el camino. Entrecerró los ojos y supo que se trataba de Dans, pero era un Dans más duro, más severo, más exhausto. Tenía prisa, pero la nieve le dificultaba el andar, y entonces...

     Una sombra surgió en la oscuridad del bosque; se alzó ante Dans Ryder. Era alta, tan dura y flaca como los huesos secos, con carne pálida como la leche; su armadura parecía cambiar de color cada vez que se movía: en un momento dado, era blanca como la nieve recién caída; al siguiente, negra como las sombras o salpicada del oscuro verde grisáceo de los árboles. Con cada paso que daba, los juegos de luces y sombras danzaban como la luz de la luna sobre el agua.
     Ahsoka oyó cómo a Dans se le escapaba el aliento en un sonido siseante.

     —¡No te acerques más! —dijo el joven teniente. Se retiró la larga capa de seda de los hombros para mostrarse con su gabardina y tener libertad de movimiento en los brazos durante el combate, y agarró una espada con ambas manos.

     El viento había cesado. Hacía mucho, mucho frío.

     El otro se deslizó adelante con pasos silenciosos. Llevaba en la mano una espada larga que no se parecía a ninguna que Ahsoka hubiera visto en su vida. En su forja no había tomado parte metal humano alguno. Era un rayo de luna traslúcido, una esquirla de cristal tan delgada que casi no se veía de canto; aquella arma emitía un tenue resplandor azulado, una luz fantasmagórica que centelleaba en su filo y sin saber porqué, Ahsoka comprendió que era más cortante que cualquier sable de luz.

     —Adelante si quieres, ¡bailemos! —Dans le hizo frente con valentía; alzó la espada por encima de la cabeza, desafiante, le temblaban las manos a causa del peso o tal vez fuera por el frío, pero al verlo, Ahsoka pensó que él ya no era su amigo, sino un hombre a punto de luchar bajo la noche.

     El otro se detuvo; Ahsoka le vio los ojos: azules, más oscuros y más azules que ningún ojo humano, de un azul que ardía como el hielo. Estaban fijos en la espada temblorosa sobre la cabeza de Dans Ryder, en la luz de luna que fluía por el metal. Durante un instante se atrevió a albergar esperanzas.
     Salieron de entre las sombras en silencio, todos idénticos al primero, eran tres, cuatro, cinco. Quizá Dans Ryder llegó a sentir el frío que emanaba de ellos, pero no los vio, no oyó cómo se aproximaban; Ahsoka sintió que debía lanzar un grito de aviso, era su deber, y su muerte si osaba a hacerlo; se estremeció, se aferró al árbol con más fuerza y aguardó en silencio.

     La espada transparente hendió el aire, Dans Ryder la detuvo con acero. «Beskar», pensó ella. Cuando las hojas chocaron, no se oyó el ruido del metal contra el metal, tan solo un sonido agudo, silbante, apenas por encima del umbral de la audición, como el grito de dolor de un animal. Dans paró el segundo golpe y el tercero, y luego retrocedió un paso; otro intercambio de golpes y volvió a retroceder. Tras él, a derecha e izquierda, los observadores aguardaban pacientes, silenciosos, sin rostro. El dibujo cambiante de sus delicadas armaduras los hacía casi invisibles en el bosque, pero no hicieron ademán alguno de intervenir.
     Las espadas chocaron una y otra vez, hasta que Ahsoka sintió deseos de taparse los montrals para protegerse del lamento angustioso que emitían. Dans Ryder jadeaba ya por el esfuerzo, el aliento le surgía en nubecillas blancas a la luz de la luna, la hoja de su espada estaba cubierta de escarcha; la del otro brillaba con luz azul. Entonces, el quite de Dans llegó un instante demasiado tarde, la hoja transparente le cortó la gabardina bajo el brazo; el joven teniente lanzó un grito de dolor, la sangre manó entre las rasgaduras; despedía vapor en medio de aquel frío y las gotas eran rojas como llamas al llegar a la nieve. Dans se llevó la mano al costado, el guante de piel quedó teñido de rojo; el otro dijo algo en un idioma que Ahsoka no conocía; la voz era como el crujido del hielo en un lago invernal y las palabras sonaban burlonas.

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History ITempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang