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Hadita

Mi adicción al café era abismal. Al igual que mis ganas de estar en mi cama y no salir de mi habitación.

Ya parecía una ansianita.

Si, una muy cool.

Y también muy molesta por culpa de su muy cruel y ruidosa hermana.

—¡Emma! —oí el gritó de Tori desde el otro lado de la casa. —¡EMMA, ANDA, LEVANTA!

—Estoy dormida.

A ver, en parte era cierto porque, a pesar de mantener mis ojos abiertos, mi conciencia y razonamiento parecían haber desaparecido de mi cabeza después de la cuarta taza de café que tomé. En lo único que podía pensar era en los diálogos de Harry Potter gracias a mi muy lindo y mágico desvelo de tres películas. Y no vi cuatro porque luego de un par de minutos mirando el cáliz de fuego, creí ver a Edward de crepúsculo. Se me estaban mezclando las sagas. Solo faltaba Jacob y se armaba la fiestita.

Mucha televisión por hoy.

—¡MIENTES!

ME HACES DAÑO Y LUEGO DE ARREPIENTES.

¡QUE ESTOY DORMIDA! —le grité, cubriendo mi cara con la almohada. No sabía por qué, pero tenía olor a durazno. Ah si, mi nuevo champú.

Me encantaban mucho los frutales. Especialmente mi acondicionador de cereza.

—¡Pues te despiertas o te despierto!

Y terminó su frase entrando a mi habitación. No la miré, pero sabía que ella me estaba mirando a mí.

—No quieres despertar a una sonámbula, Tori. Es peligroso —le informé.

Ella se rió un poquito.

—Tú no eres sonámbula.

—¿Estas segura? —le pregunté. Mi voz sonaba como si tuviera resaca. Y yo no bebía alcohol. Que asco.

—Segurisima.

—Yo que tú no me arriesgaría. Quizá me pongo agresiva y te pateo las rodillas.

—O yo te pateo la cara.

Que agradable era siempre Tori.

¡Pero que molesta también! Porque escuché sus pasos en el piso de madera y antes que pudiera darme cuenta comenzó a sacudirme como la niña loca de nemo a la bolsita.

¡Yo no me merecía ese tipo de trato!

Pero no iba a ceder sin dar pelea. Al menos no dejé que me quitara la almohada de la cara porque me abracé a ella como si mi vida dependiera de eso. Quizá mi vida si dependía de eso.

—¡Despiertaaa!

—¡No quiero!

—¡Si quieres!

Y tiró de la almohada hacia ella.

—¡Que no!

Y tiré de la almohada hacia mí.

—¡Que si!

—¡Que no, pesada!

—¡Que te hice café!

Automáticamente quité la almohada de mi cara y me senté en la cama, cruzando mis piernas sobre la suave mantita.

—De haberlo dicho antes —sonreí, como niño en cumpleaños. —¿Dónde está el cafécito?

—En la cocina. Y tengo galletas.

—¡Pero está muy lejos! ¿Me lo traes?

—No.

Romantizar la vidaWhere stories live. Discover now