Capítulo 14: Viaje al pasado

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Dorian de 7 años:

La tormenta rugía con fuerza fuera de la ventana atrapando pequeñas hojas secas en sus feroces corrientes de ventisca.

El niño cuyos ojos eran de un vívido azul dibujaba sentado en una pequeña mesa junto a esa ventana en su cuarto; la luz en su cuarto estaba apagada, pero la tenue iluminación grisácea que se filtraba le eran suficientes para ver.

Se suponía que debía estar durmiendo la siesta, pero a Dorian le aterraba las tormentas y le resultaba imposible dormir, con el correr del tiempo había aprendido a distraerse enfocando su atención en otras cosas.

-¡Es tu culpa! Te dije que no gastaras nuestro dinero en idioteces-gritaba la enojada voz de su padre desde la planta baja.

-¿Idioteces? ¡Compré los remedios para Dorian, lleva más de una semana con dificultades para respirar. Pero tú no podrías saberlo, si pasas todos tus días envenenándote con alcohol-gritó en respuesta su madre.

Era verdad, su padre solía ausentarse días y noches completas, cuando por fin decidía volver a su casa olía a vino rancio mezclado con orina y humedad. Su madre se ponía furiosa pero su enojo se apagaba cuando el de su padre se encendía.

En una ocasión, Dorian recordaba con claridad cómo había intentado defender a su madre cuando el enojo de su padre se despertó y superó el de su madre.
Aquel hombre de similar rostro pero con diferente cabello y ojos, lo había abofeteado tan fuerte que logró dejarlo inconsciente.

Al día siguiente su padre ya sobrio y de buen humor, se disculpó con él por la fuerza de su golpe, aún así se excusó en que los "hombres se hacen a la fuerza". También recordaba que lo había felicitado por defender a su madre, que era después de todo, su deber como hombre.

Ese día el pequeño Dorian se paseó por la casa sintiéndose un verdadero héroe, pero cuando su padre se volvió a marchar rumbo al bar, su madre lo regañó. Le prohibió volver a interferir en una pelea, y lo obligó a esconderse cada vez que su padre volviera ebrio del bar.

Aquel niño no lograba entender del todo la idea de su madre, pero aún así la obedecía. Por eso él permanecía encerrado en su cuarto "durmiendo la siesta" como su madre y padre creían.

-Sigue siento tu culpa, si te hubieras cuidado ¡Maldita sea! Ahora tendríamos dinero y no deberíamos cargar con Dorian-gritó su padre furioso.

-¡Si no bebieras como un maldito loco tendríamos dinero suficiente!-contestó su madre, elevando la voz de forma sorpresiva.

«Por favor mami no le grites» suplicó Dorian en silencio, sabiendo lo que podría ocurrir si la paciencia de su padre se acababa.

-Si nos deshacemos de Dorian podríamos tener dinero suficiente para hacer lo que queramos, yo podría beber todo el día y tú bueno... harías lo tuyo-contestó su padre fascinado con la idea.

El pánico invadió al pequeño niño, el cual comenzó a temblar en respuesta.

Si lo regalaban o lo tiraban a la calle como a los perritos que solía ver, no podría jugar más con sus compañeros de la escuela y extrañaría mucho a su mamá.
Tenía que hacer algo, no podía quedarse de brazos cruzados a la espera de que su padre lo echara.

Con cautela y en completo silencio, se incorporó de su lugar en la mesa, y comenzó su lenta caminata por la habitación rumbo a la puerta.

-¡Cómo demonios puedes decir esta barbaridad!-gritó su madre, la indignación apoderándose de su voz.

El cuerpo de Dorian se relajó al escuchar aquellas palabras, sin embargo no logró detener el curso de sus acciones y siguió su camino.

Con delicadeza giró el pomo de la puerta y salió al angosto corredor que conectaba la habitación de sus padres, con la suya propia y la escalera; está desencadenando en un living recibidor bastante amplio.

Besos de Medianoche 1: Designio ©Where stories live. Discover now