4.

36 1 4
                                    

El equipo se largó como cobardes, y en el café el silenció reinó.

—Vas a tener que ayudarme un poco, Al. No te puedo levantar.

Gary estaba tratando de levantarlo del suelo.

Al murmuró.

—¿Qué?— Al lo repitió y Gary se sonrió.

La camarera llegó rapidamente con un trapo humedo.

—¿Que está diciendo?

Gary sonrió.

—Dijo que éste es un buen suelo para caer derribado a golpes, cariño.

Ella solo se sonrojó.

Después de varios intentos de levantarlo, dos berrinches de Gary y una promesa por parte de Al en la que aseguró que bajaría de peso, Gary y la mesera lograron sentarlo en un silla.

Al solo suspiró y sonrió.

—Si, definitivamente. Es un suelo demasiado bueno para mí.

Gary bufó.

—Supongo que te jodiste a la perra de Jack Goliat Johnson, ¿verdad?

Al abrió los ojos y observó a Gary con horror.

—¿Y perder mi pureza? Debes de saber que en mi cultura la virginidad es importante y debe guardarse hasta tener a la mujer indicada.

—No es tiempo para tus broma, Al.—rodó los ojos— He visto Animal Planet, ustedes circuncisan a sus niños...—abrió los ojos como platos— Espera...entonces...tu...—Al rió muy fuerte y su abdomen ardió, pero asintió— Oh mi dios, ¿puedo verlo? Nunca he visto uno circuncidado.

Al se toco una costilla.

—Te prometo que no moriras sin miras mi circunsición.

—Espero y seas un hombre de palabra, Sir Scott Fitzgerald.— dijo Gary usando el tono perfecto.

La camarera sonrió y le tendió el trapo humedo a Gary.

—Uno: Scott Fitzgerald nunca fué Sir. De echo ni inglés era. Dos: debes dejar de pensar que cualquier nombre raro es de un Sir.— Gary limpió la sangre escurrida en su cara acercandose de mas— Tres: no te besaré.

—¡Adriana tienes clientes!— gritó el dueño del café.

La mesera que acompañaba a Gary y a Al se levantó rápidamente. Asustada y temblorosa sacó una libretita de su mandil y corrió hacia la pareja que recién había ingresado al lugar.

Ya tomada su orden, ella llevó el pedido a la cocina. Cuando hubo terminado eso dudó si debía volver con Gary y Al.

Pero cuando ya se acercaba Gary le habló.

—Con que te llamas Adriana, ¿eh?—Adriana asintió.— Me gusta.

Al miró su reflejo en la ventana y lamentó no tener una cámara. Estaría genial para la morgue.

—¿Podemos largarnos de aquí? — dijo sin despegar su mirada de la ventana.

—Pensé que nunca lo dirías, Al.

Las lágrimas de Al.Where stories live. Discover now