El equipo se largó como cobardes, y en el café el silenció reinó.
—Vas a tener que ayudarme un poco, Al. No te puedo levantar.
Gary estaba tratando de levantarlo del suelo.
Al murmuró.
—¿Qué?— Al lo repitió y Gary se sonrió.
La camarera llegó rapidamente con un trapo humedo.
—¿Que está diciendo?
Gary sonrió.
—Dijo que éste es un buen suelo para caer derribado a golpes, cariño.
Ella solo se sonrojó.
Después de varios intentos de levantarlo, dos berrinches de Gary y una promesa por parte de Al en la que aseguró que bajaría de peso, Gary y la mesera lograron sentarlo en un silla.
Al solo suspiró y sonrió.
—Si, definitivamente. Es un suelo demasiado bueno para mí.
Gary bufó.
—Supongo que te jodiste a la perra de Jack Goliat Johnson, ¿verdad?
Al abrió los ojos y observó a Gary con horror.
—¿Y perder mi pureza? Debes de saber que en mi cultura la virginidad es importante y debe guardarse hasta tener a la mujer indicada.
—No es tiempo para tus broma, Al.—rodó los ojos— He visto Animal Planet, ustedes circuncisan a sus niños...—abrió los ojos como platos— Espera...entonces...tu...—Al rió muy fuerte y su abdomen ardió, pero asintió— Oh mi dios, ¿puedo verlo? Nunca he visto uno circuncidado.
Al se toco una costilla.
—Te prometo que no moriras sin miras mi circunsición.
—Espero y seas un hombre de palabra, Sir Scott Fitzgerald.— dijo Gary usando el tono perfecto.
La camarera sonrió y le tendió el trapo humedo a Gary.
—Uno: Scott Fitzgerald nunca fué Sir. De echo ni inglés era. Dos: debes dejar de pensar que cualquier nombre raro es de un Sir.— Gary limpió la sangre escurrida en su cara acercandose de mas— Tres: no te besaré.
—¡Adriana tienes clientes!— gritó el dueño del café.
La mesera que acompañaba a Gary y a Al se levantó rápidamente. Asustada y temblorosa sacó una libretita de su mandil y corrió hacia la pareja que recién había ingresado al lugar.
Ya tomada su orden, ella llevó el pedido a la cocina. Cuando hubo terminado eso dudó si debía volver con Gary y Al.
Pero cuando ya se acercaba Gary le habló.
—Con que te llamas Adriana, ¿eh?—Adriana asintió.— Me gusta.
Al miró su reflejo en la ventana y lamentó no tener una cámara. Estaría genial para la morgue.
—¿Podemos largarnos de aquí? — dijo sin despegar su mirada de la ventana.
—Pensé que nunca lo dirías, Al.
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