Estas cadenas

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"Estas cadenas" narra la historia de un hombre, quien cometió un gran pecado a la vista de los reyes Zákon (que en Checo significa ley) y Doka (que en Hausa significa ley).

El hombre termina siendo arrestado... ¿Podrá alguien salvarlo? ¿Tendrá alguien la misericordia suficiente para liberarlo?

Milost (que en esloveno es gracia) y Zarafet (que en turco significa gracia) son el príncipe y la princesa del pueblo, unos amables muchachos que buscan hacer el bien.

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-¡DESGRACIAAA! -retumbó en las mazmorras del reino-.
-¿Desgracia? Más bien, ¡HAMBREEEE!

En un lugar lejano, hace cientos de años, existía un pequeño reino, que tenía unos reyes corruptos. Ha pasado tanto tiempo desde que aquel pueblo existió, que ahora sólo existen los rumores de esta historia. Pero, que no los engañen, esta historia es tan verdadera, como que el sol sale en la mañana...

-¡Papas, zanahorias, tomates, linnnndooos aguacateees! -los mercaderes siempre se ponían a las primeras horas del día a vender sus productos-.
-¡Pescados! ¡Recién traídos del río de los cien ojos! -retumbaba un voz con un timbre como plata-.
-¡JOYAAAAAAS! ¡VENGAN POR SUS JOOOYAAAAAS! ¡Pero miren! Una linda muchachita. Señorita, ¿No le interesa comprar este lindo collar de rubíes?
-No, muchas gracias -negó amablemente aquella doncella-.

El mercado era un lugar muy pintoresco, lleno de una variedad exagerada de productos. Cosas hechas a mano, ropa, accesorios, plantas, ungüentos, comidas, carnes frescas y vegetales.

El pueblo y los ciudadanos eran muy amables, al menos a comparación de sus reyes...

-Oh, ¿Así que no trajo suficiente dinero? -dijo irónicamente el carnicero con su tosca voz-. No os preocupéis muchacho, ¡Podéis pagar con un día entero de trabajo!
-¡Señor, mi esposa acaba de dar a luz! ¡Tengo que regresar a mi hogar!
-¡SABES CUÁL ES EL PRECIO DE LA CARNE, TRÁEME EL PAGO COMPLETO!

Este de aquí es Otto. Un joven muchacho que se casó hace poco. ¡Estaban de fiesta! ¡Tuvieron un hermoso bebé! O, ¿Quizá? ¿Una niña?

Nuestro pobre muchacho, Otto, ni siquiera había tenido la oportunidad de conocer a su hijo, o hija. Puesto que tenía que trabajar para conseguir alimento para su familia, y, aún después de esas laaargas horas de duras jornadas, no le alcanzaba ni para comprar un pedazo de carne.

-Lo siento, no podré llevarla -dijo Otto con lástima en su voz-.
-¡Pues vete! No pierdas mi tiempo -contestó ásperamente el carnicero-.

Para que se den una idea, el carnicero era de los más piadosos en aquel pueblito. La corrupción había llegado demasiado lejos.

Otto estaba desesperado, tenía demasiadas cargas. Y, después de pensarlo varias veces, tomó una decisión.

Hizo algunos trucos, distrajo al carnicero, y sin que se diera cuenta, robó un pedazo de carne. Comenzó a caminar lentamente y tranquilo, para disimular su falta.

Luego, una vez ya lejos del puesto, comenzó a correr, hasta llegar a su casa. Cuando llegó, se sintió tan feliz de ver a su... ¡Hijo! Un hermoso varón de ojos café, con unos pocos cabellos marrones claro.

Le dio un gran abrazo a su esposa Milet, y cargo feliz a su amado hijo.

Durante la noche, antes de acostarse, unos soldados tocaron su puerta.

-¡ABRAN LA PUERTA! -exclamaron a gran voz- ¡SABEMOS QUE HA ROBADO!

Otto, asustado y atemorizado ocultó a su esposa y a su hijo en un armario. La culpa lo invadía de pies a cabeza, y su corazón no dejaba de latir.

Valientemente, abrió la puerta.

-Bueennanas noches, oficial -dijo tratando de tragar sus nervios. El castigo por robar, era toda su vida trabajando en las mazmorras-.
-El carnicero lo ha culpado de robo, ¿Ha usted robado, caballero?
-¿Yo? Nonono... Papara nada -las manos de Otto sudaban incontrolablemente, y sus palabras salían cortadas involuntariamente-.
-¡Sabemos que miente! -gritó el oficial, arrebatando bruscamente a Otto, y haciéndolo caminar-.

Otto se sentía ¡Culpable! Había robado, y mentido, y tenía una gran carga sobre sus hombros.

-SABE QUE LOS REYES ZÁKON Y DOKA ODIAN QUE DESOBEDESCAN LA LEY -señaló el oficial-.
-¡Mi familia moriría de hambre! -lloriqueó el hombre-.
-¡PUES AHORA HA DEJADO A SU FAMILIA SIN PADRE, Y TENDRÁ QUE PAGAR CON SU PROPIA VIDA EN LAS MAZMORRAS!

El oficial tenía razón, cualquier pecado de los habitantes de aquel pueblo, tenía que ser pagado con su propia vida. Sólo alguien demasiado bueno los podría perdonar.

Otto pasó su primera noche desolado en las mazmorras, cargando con el peso de sus pecados.

Pasaron algunos cinco días, solo había tomado un vaso de agua y había comido la sobra de los cerdos. ¡Estaba hambriento! ¿Quién podría tener misericordia de él? ¿Quién podría salvarlo?

En el castillo, el príncipe Milost y la princesa Zarafet habían escuchado de la desgracia del pueblo. Había centenas de esclavos nuevos en el palacio, gracias a que sus padres "no toleraban la desobediencia a la ley".

Milost y Zarafet eran buenas personas. Pasaban los días ayudando a huérfanos, viudas y pobres, y estaban muy en desacuerdo con sus padres. ¿No podían perdonar? Acaso, ¿No podían tener algo de gracia?

Al escuchar que Otto había sido encarcelado, sus corazones se entristecieron. Otto era uno de sus criados, y lo consideraban como a un amigo.

Ambos, tomaron la decisión de hacer algo. Enfrentaron a sus padres, y les declararon la guerra...

-¡Mis manos! -exclamó Otto desde su lugar- ¡Estas cadenas! ¡Me están matando!

Otto, junto con los esclavos que estaban con él se sentían desesperados. ¡Ya no podían más! Pasaron un par de días, y un gran alboroto se oía afuera. Los oficiales habían abandonado sus puestos, y ¡Todo el lugar retumbaba!

-¿Acaso vamos a morir aplastados? -preguntó un hombre de cabellos negros-.
-¡No importa cómo, prefiero morir a ser torturado!
-Me gustaría ver a mi familia una vez más -suspiró Otto-. Me arrepiento de mis pecados.

Justo al terminar estas palabras, la princesa Zarafet entró a las mazmorras.

-Han sido perdonados, hombres -resaltó-. Son libres de toda culpa.

La princesa comenzó a liberar a los hombres, y los llevó afuera del lugar.

Les dió a beber agua, y les dió pan. Los subió a un carruaje, dónde los clasificaban por trabajo. Había un carruaje de mineros, ganaderos, madereros, agricultores, y criados.

Todas las familias ya estaban dentro de aquellos carruajes, sólo los estaban esperando a ellos.

-¡Milet! -gritó lleno de alegría el hombre al ver a sus esposa, dándole un fuerte abrazo, y un cariñoso beso-. ¡Mi hijo!
-¿A dónde nos llevan, su majestad? -preguntó la esposa de Otto-.
-A un lugar mejor, ya lo verán.



¡Hola! Espero que les haya gustado esta pequeña historia sobre Otto, la ley, y la gracia.

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¡Los quiero!
~Katana

Treinta hisotrias para pasar el ratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora