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Daniela Harrison

Agh Marcus siempre de cortante, ni siquiera preguntó que quería hablar con él.

Honestamente ya ni sé si es buena idea hacerlo.

Me recosté en mi cama dispuesta a dormir pero no podía, todo me daba vueltas.

El miedo estaba carcomiendome lentamente por dentro; pensé que nunca más lo sentiría.

Pero ahora; me mandarían a un internado del cual no saldría nunca, iba a estar encerrada de por vida.

Y no, yo no estoy loca, no, si sabes que estás loco, entonces no lo estás.

No pueden meterme ahí con personas que en verdad si tienen problemas.

Mi único problema es que me gusta matar y, yo no lo considero un problema.

Para mí es un hobbie, es algo que me gusta hacer y lo haría sin importar nada.

Recuerdo la noche que maté a mi madre.

Cuando disparé aquella arma en su cabeza pude ver cómo la sangre caía por su cuerpo.

Pude ver su cuerpo cayendo desfallecido al suelo.

Después de ver esa escena una sonrisa macabra salió de mi rostro.

No sentía nada, no me dolía haberlo hecho, no sentí arrepentimiento o remordimiento.

Solo sentí; placer y ganas de seguir haciéndolo.

Las personas pensaron que estaba loca porque no salió ni una lágrima de mis ojos cuando estaba en su funeral.

Muchos me miraban de forma rara y extraña como si fuese un bicho raro.

Me acostumbré a eso, en la prepa, la vida.

Mi padre me trajo a este pueblo para dejar el pasado atrás o; al menos intentarlo.

Con lo que no contaba él es que conociera a alguien como yo.

Marcus Miller.

Desperté por el sonido de un taladro, sí, fin de semana y los vecinos deciden hacer sus obras.

Me levanté de mala gana y me dirigí hacia el baño a lavarme el rostro.

Levanté la cara y observé mi reflejo en el espejo. Me veía como la mierda.

Todas esas cicatrices echas por Rodolfo, cuando me pegaba de borracho cuando era niño.

La cara no era el único lugar donde tenía; también en la espalda.

Pero; ya no duelen, las cicatrices físicas no duelen; duelen las del alma.

Al terminar de lavarme el rostro volví nuevamente a mi habitación, podía observar a través del pequeño agujero de mi ventana a los vecinos trabajando.

No recuerdo la última vez que abrí esta ventana, Rodolfo la clausuró para que no me escapara.

Es un viejo hipócrita; lo odio tanto. Debería alguien como el morir.

Me vestí rápido y agarré mi mochila, mi móvil y mis auriculares.

Estaba bajando las escaleras tranquilamente hasta que llego a abajo.

—Supongo que vas a trabajar ¿No?— preguntó Rodolfo con su asquerosa voz.

—Hoy es fin de semana— respondo sin mirarlo y camino hacia la puerta.

—No me importa si no quieres morirte será mejor que traigas dinero. Ya yo te lo he dado todo —no me has dado ni mierda, al contrario, me has quitado la vida. La poca que tengo.

Amor de psicópatas© [Completa✔️] #PGP2023Where stories live. Discover now