treinta y dos

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Damian Bennett.

Nos vamos a pique. Increíble.

—¿Es que no se le acaban nunca las rocas? —murmuré

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—¿Es que no se le acaban nunca las rocas? —murmuré.

—¡Nademos hasta el barco! —dijo Grover.

Él y Clarisse, junto conmigo nos zambullimos entre las olas. Me agarraba del cuello de Clarisse e intentaba nadar con un brazo, aunque el peso del vellocino me abrumaba. Pero lo que le interesaba al monstruo no era el vellocino.

—¡Tú, joven cíclope! —rugió Polifemo—. ¡Traidor a tu casta!

Tyson se quedó helado.

—¡No lo escuches! —le dijo Percy—. Vamos.

Tiró de su brazo, pero era como tirar de una montaña. Él se volvió y encaró al viejo cíclope.

—No soy ningún traidor.

—¡Sirves a los mortales! ¡A ladrones humanos! —gritó Polifemo, y le arrojó la primera roca. Tyson la desvió con el puño.

—No soy traidor —dijo—. Y tú no eres de mi casta.

—¡Victoria o muerte! —Polifemo se adentró entre las olas, pero aún tenía el pie herido. Dio un traspiés y cayó de cabeza. Habría sido muy divertido si no hubiera empezado a levantarse otra vez, escupiendo agua salada y soltando gruñidos.

—¡Percy ! —chilló Clarisse—. ¡Vamos!

Ya casi habíamos llegado al barco con el vellocino a cuestas. Si Percy conseguía distraer al monstruo un poco más...

—¡Sigue! —le dijo Tyson a Percy—. Ya entretengo yo al Gran Feo.

—¡No! Te matará. Lucharemos juntos.

—Juntos —repitió él, asintiendo.

Sacó su espada. Polifemo avanzaba despacio, cojeando cada vez más, pero no tenía ningún problema en el brazo. Arrojó la segunda roca. Percy se lanzó en plancha hacia un lado, pero lo habría aplastado igualmente si Tyson no hubiese hecho añicos la roca con el puño. Percy ordenó al oleaje que se levantara y a continuación una ola de seis metros lo alzó en su cresta. Cabalgó sobre ella hacia el cíclope, le dió una patada en el ojo y saltó por encima de su cabeza mientras el agua lo lanzaba hasta la playa.

—¡Te destruiré! —farfullaba Polifemo—. ¡Me has robado el vellocino!

—¡Fuiste tú el que robó el vellocino! —gritó Percy—. ¡Y lo has convertido en una trampa mortal para los sátiros!

—¿Y qué? ¡Los sátiros son buena comida!

—¡El Vellocino de Oro está hecho para curar! ¡Y pertenece a los hijos de los dioses!

—¡Yo soy hijo de los dioses! —le lanzó un golpe, pero Percy se hizo a un lado a tiempo—. ¡Padre Poseidón, maldice a este ladrón!

Ahora parpadeaba sin parar, como si apenas viera nada, y me di cuenta de que apuntaba guiándose por el sonido de la voz de Percy.

OCEAN EYES ¹, percy jacksonTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon