setenta y tres

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Percy Jackson.

Robamos unas alas usadas.

—¡Por aquí! —gritó Rachel

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—¡Por aquí! —gritó Rachel.

—¿Por qué habríamos de seguirte? —preguntó Annabeth—. ¡Nos has llevado a una trampa mortal!

—Era el camino que teníais que seguir. Igual que éste. ¡Vamos!

Annabeth no parecía muy contenta, pero siguió corriendo con todos los demás.

Rachel parecía saber exactamente adonde se dirigía. Doblaba los recodos a toda prisa y ni siquiera vacilaba en los cruces. En una ocasión dijo «¡Agachaos!», y todos nos agazapamos justo cuando un hacha descomunal se deslizaba por encima de nuestras cabezas. Luego seguimos como si nada.

Perdí la cuenta de las vueltas que dimos. No nos detuvimos a descansar hasta que llegamos a una estancia del tamaño de un gimnasio con antiguas columnas de mármol. Me paré un instante en el umbral y agucé el oído para comprobar si nos seguían, pero no percibí nada. Al parecer, habíamos despistado a Luke y sus secuaces por el laberinto.

Entonces me di cuenta de otra cosa: la Señorita O'Leary no venía detrás. No sabía cuándo había desaparecido, ni tampoco si se había perdido o la habían alcanzado los monstruos. Se me encogió el corazón. Nos había salvado la vida y yo ni siquiera la había esperado para asegurarme de que nos seguía.

Ethan se desmoronó en el suelo.

—¡Estáis todos locos!

Se quitó el casco. Tenía la cara cubierta de sudor.

Annabeth sofocó un grito.

—¡Ahora me acuerdo de ti! ¡Estabas en la cabaña de Hermes hace unos años!, ¡eras uno de los chavales que aún no habían sido reconocidos!

Él le dirigió una mirada hostil.

—Sí, y tú eres Annabeth. Ya me acuerdo.

—¿Qué te pasó en el ojo?

Ethan miró para otro lado y a mí me dio la impresión de que aquél era un asunto del que no pensaba hablar.

—Tú debes de ser el mestizo de mi sueño —dije—. El que acorralaron los esbirros de Luke. No era Nico, a fin de cuentas.

—¿Quién es Nico?

—No importa —replicó Annabeth rápidamente—. ¿Por qué querías unirte al bando de los malos?

Ethan la miró con desdén.

—Porque el bando de los buenos no existe. Los dioses nunca se han preocupado de nosotros. ¿Por qué no iba...?

—Claro, ¿por qué no ibas a alistarte en un ejército que te hace combatir a muerte por pura diversión? —le espetó Damian—. Jo, me preguntó por qué.

OCEAN EYES ¹, percy jacksonWhere stories live. Discover now