Roatán

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José Luis no podía creer lo que veían sus ojos. 

Los últimos días, Altagracia fue tan reacia con respecto a pasar tiempo con él que prácticamente tuvo que insistir hasta el cansancio para que lo hiciera.

Ahora le había resultado tan sencillo ponerse a hablar con ese tipo que había aparecido así de la nada, parecían conocidos de toda la vida y eso le hacía hervir la sangre.

¿Qué era lo que estaba haciendo mal?

Sabía que la había cagado bastante la noche anterior, pero realmente temía que la relación de su hijo y la sobrina de Altagracia perjudicara la relación que —en su cabeza— podría llegar a comenzar.

Ella siempre le había parecido atractiva y, ahora que tenía la oportunidad, iba a aprovechar para conocerla mejor.

Al enterarse que Lucho e Isabella tenían algo, su razonamiento se nubló por un momento y no hizo más que arruinar todo. Pero, analizando las cosas y dejando ese malentendido de lado —a su parecer—, estaba haciendo las cosas bien.

Había demostrado en más de una ocasión que realmente estaba interesado en }pasar tiempo y conocer a la empresaria y, si es que se podía, hacer mucho más que eso. Es decir, estaba interesado en ella en general.

Altagracia Sandoval era una mujer muy hermosa e intrigante pero, debido a sus constantes enfrentamientos en la empresa, era imposible entablar una conversación dentro de la empresa porque siempre uno de los dos terminaba con los nervios de punta.

«¡Hijo de la chingada!»

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando vio como el tipo tomaba a la rubia por la cintura y la acercaba a él, susurrándole algo al oído que la hizo sonreír.

Se levantó rápidamente, cargado de furia.

—¡Oye, oye! —le dijo Lucho, poniendo una mano en su hombro. —No la cagues otra vez, papá.

Miró a su hijo.

Él lo conocía más que nadie y, con solo ver cómo se había puesto después de ver aquel movimiento por parte del hombre que estaba acompañando a Altagracia, supo que su padre estaba a punto de ir a partirle la madre a ese desgraciado.

Respiró profundamente y volvió a posar su mirada entornada en aquella situación.

Vio que Altagracia llevó sus manos a los hombros de aquel hombre y se alejó educadamente de él, diciéndole algo que José Luis no llegaba a escuchar.

«¡Esa es mi güera!», pensó.

—Voy a volverme loco, hijo. —dijo rápidamente, mientras volvía a sentarse al lado de Lucho.

El muchacho lo miró y no pudo evitar descostillarse de risa.

Le resultaba demasiado cómico ver cómo la cara de su padre se transformaba cuando veía a otro hombre cerca de la Doña. Se suponía que el joven hormonal era él pero, cuando se trataba de Altagracia, José Luis parecía un adolescente.

Al notar que Altagracia regresaba hacia donde ellos se encontraban, Lucho no pudo evitar volver su mirada hacia su padre y entró a reír otra vez cuando notó que éste tragaba en seco cuando sus ojos repararon en las curvas de aquella mujer.

—Cierra la boca, viejo, o te entrará una mosca. —bromeó en voz baja, antes de que una tercera carcajada saliera de él cuando el empresario lo miró y se recostó en la tumbona, cubriendo su rostro con las manos.

«Este será un día jodidamente largo», pensó el moreno.

[...]

Durante lo que restaba del rato en Cozumel, Altagracia y José Luis no cruzaron palabra alguna.

Tenías que ser túUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum