Santo Thomas de Castilla

483 63 31
                                    

Ese beso parecía no tener fin... Aunque tampoco es que quisieran que lo tuviera.

Sí, quizás habían pasado pocos días desde que comenzaron a conocerse un poco más profundamente pero, aunque ninguno de los dos había querido admitirlo, siempre habían sentido una extraña conexión con el otro. Incluso en medio de las discusiones en las juntas de sus empresas.

Quizás era lo similares que eran en muchas cosas, no lo sabían. Lo que sí tenían muy en  claro era que, en el ámbito laboral, no podían verse ni en figuritas pero en ese preciso momento, no les importaba. 

Solo querían seguir disfrutándo ese ósculo que, silenciosamente, habían deseado tanto.

Los labios de Altagracia eran tan carnosos y suaves como él siempre se lo había imaginado.

Sus bocas parecían encajar perfectamente en aquella danza apasionada y sensual que se estaba llevando a cabo.

Perdieron la noción del tiempo. 

Lo único que logró separarlos fue que tuvieron la necesidad de tomar un poco de aire, incluso aunque ninguno de los dos lo deseaba.

José Luis miró a la rubia a los ojos y, una vez más, le costó creer cómo podía ser tan hermosa.

Al sentirse observada por aquellos oscuros orbes, ella no pudo evitar morderse el labio inferior, algo nerviosa. Su mirada la intimidaba, no sabía por qué.

El empresario volvió a besarla.

Ya había caído en cuenta de que, incluso aunque quisiera obligarse a él mismo, jamás se olvidaría de esos dulces besos que solo Altagracia Sandoval podía darle.

Comenzó a hacer calor.

Las prendas comenzaban a incomodar.

Llevando sus manos hacia el cuello de su saco, Altagracia prosiguió a sacárselo. Acarició sus fuertes brazos por encima de la camisa, sintiendo cómo sus músculos se tensaban un poco más cuando él la apretó aún más contra su cuerpo.

Ya no le importaba nada.

Quería sentirlo.

Él la guió hacia la cama e hizo que ella se recostara y la aprisionó contra la misma con el peso de su cuerpo.

Más calor.

Más deseo...

—¿Tía? —era Isabella. —Ya han traído la cena... —pequeños golpecitos en la puerta. —¿Estás ahí? ¿José Luis está contigo?

Obligadamente se separaron al segundo que escucharon a la joven llamándola.

Fue en ese momento en el que cayeron en la locura que estaban a punto de cometer...

Por un instante, se habían olvidado de dónde se encontraban y casi se dejaron llevar por la pasión y el deseo que sintieron desde el momento en el que sus labios se tocaron.

Altagracia se levantó, alisó su vestido con sus manos y acomodó rápidamente su cabello mientras José Luis volvía a ponerse rápidamente el saco.

Con la respiración aún agitada, y sin decir una sola palabra, caminaron hacia la puerta.

—Aquí no ha sucedido nada. —susurró la Doña, de manera casi inaudible pero con un tono tajante.

El moreno asintió antes de que ella abriera la puerta.

Isabella pasó su mirada de uno al otro, curiosa.

—¿Todo bien, tía?

—Claro, chiquita. —respondió la rubia. —Navarrete y yo estábamos arreglando un pequeño malentendido.

Tenías que ser túWhere stories live. Discover now