Belize (Harverst Caye)

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Tanto el día anterior en Roatán, como ese día que pasarían en las hermosas costas de Belize, Altagracia se la pasó acompañada de Ignacio.

José Luis ardía de rabia.

Verla riendo y hablando tan cómodamente con aquel imbécil como si se conocieran de toda la vida, le resultaba una tortura.

Ya de por sí él era un hombre bastante celoso pero, esos últimos días notó que cuando se trataba de su güera, ese sentimiento simplemente se intensificaba al punto de ser demasiado hasta para él mismo.

«¿Tu güera? Si Altagracia te escuchara, te mandaría a la fregada», pensó.

Quería levantarse e ir a decirle a la empresaria que necesitaba hablar con ella sobre algo importante, quizás inventar que algo había pasado en algún contrato entre sus empresas, solo para poder alejarla de aquel tipo que parecía estar dispuesto a acaparar todo su tiempo y tenerla solo para él.

«Te estás comportando como un pendejo, Navarrete.»

No.

Definitivamente no.

Debía calmarse e intentar pensar en frío.

Tenía que evitar seguir mandándose cagadas que alejaran a la rubia de él como lo había estado haciendo últimamente.

Le resultaría imposible no alterarse al verla acompañada de ese papanatas, pero lo intentaría. Haría las cosas bien con Altagracia.

Aunque sí... Fue tan difícil como pensó e incluso mucho más ya que, mientras él recibía los desplantes, el otro tipo obtenía las sonrisas.

Iba a volverse loco.

Fue así como, en medio de sus pensamientos más dramáticos sobre cómo le estaban robando a su güera justo en frente de sus ojos, notó que ella se acercaba hacia donde estaba su familia. Y, por primera vez en esos dos días, estaba sola.

«Gracias, Señor, por no obligarme a seguir con esta tortura», pensó para sus adentros.

[...]

Por su parte, la rubia estaba cansada de que Ignacio la siguiera a todos lados. Lo disimulaba bastante porque no quería ser borde con él, y también porque sabía que José Luis estaba que ardía de celos y era precisamente a eso a lo que quería sacarle provecho.

De todas formas, ya estaba harta.

Necesitaba y deseaba pasar el día con su familia. Al fin y al cabo, para eso habían optado por ese viaje en el Seven Seas.

Así que, de manera muy educada y sin dar lugar a cualquier mala interpretación, se despidió de Nacho con un cálido abrazo.

Evidentemente, todo el tiempo pudo notar la mirada de Navarrete sobre ella hasta que llegó junto a ellos.

Tentada a sacarle conversación, le dijo:

—¿Ves algo que te guste, Navarrete? He notado que no has dejado de mirarme en todo el día.

—Te equivocas. —contestó él, fingiendo. —No es a ti a quién estaba mirando.

Ella no le creyó ni un poco, pero aún así no pudo evitar sentir una pizca de celos.

¿Y si realmente no la estaba mirando a ella? ¿A quién más podría estar mirando?

Sin poder contenerse, volvió a cuestionar:

—¿Y entonces a quién mirabas?

Silencio.

Fue lo único que recibió como respuesta.

Tenías que ser túWhere stories live. Discover now