Costa Maya

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Una vez más, los nervios se hacían presentes en ella.

¿Por qué reaccionaba así siempre que se trataba de tener cerca a José Luis?

«Sabes la respuesta, Altagracia, aunque no quieres admitirlo», se dijo a sí misma.

Y sí, muy segura estaba de por qué se sentía así... Y ese era el verdadero asunto: los sentimientos.

¿Qué sentía por José Luis Navarrete?

«Dijimos que no pasarías por esto, Sandoval. Todos los hombres son unos cerdos, no puedes dejarte endulzar el oído así como si nada... Es hora de volver a ser la Doña. Nada de sentir amor ni nada de esas cursilerías».

¿Amor? ¿Realmente pensó en esa palabra?

«Altagracia...», otra advertencia en su mente.

—No me estoy enamorando de José Luis, no hay necesidad de alejarme. —dijo, ésta vez en voz alta, mientras se miraba al espejo.

Sabía muy bien que estaba buscando la forma de engañarse a sí misma para no caer en la realidad, para no admitir que estaba sintinedo más de lo que debía por aquel empresario que a veces era tan ordinario pero, en la mayoría de las ocasiones, era el más caballero de todos.

Se sentía estúpida, como una quinceañera... 

¿Qué era todo eso de sentirse así por un par de besos? No lo entendía.

Y, por milésima vez, volvió a pensar en todas esas ocasiones en que lo miró discretamente en las juntas para que él no se diera cuenta.

Según José Luis, también él hacía lo mismo y ella no lo había notado.

«¿Teníamos que esperar a estar aquí para comportarnos como adultos y no como idiotas?»

Evidentemente, era el trabajar juntos lo que no funcionaba.

¿Qué pasaría cuando el crucero llegara a su fin? ¿Continuarían llevándose así de bien?

Lo más seguro era que no.

«Es evidente que no, Altagracia», se dijo a sí misma.

—Pero si me quiere, buscaremos la forma de llevarnos bien. —otro pensamiento en voz alta.

«¿Si te quiere? ¿Qué te sucede? ¿Eres imbécil o es en serio que ya te enamoraste?»

Se convenció a ella misma que todo ese revuelto de sentimientos que tenía era porque estaba demasiado relajada y, por primera vez, había permitido que un hombre le demostrara un poco más de lo que ella estaba acostumbrada. 

Era mujer de un acostón y ya. Los usaba a su conveniencia. Nada de citas, nada de cenas...

Decidió dejar de pensar tanto y terminar de arreglarse.

Estaba segura de que esa noche sería bastante prometedora y, a pesar de todo el enriendo de su mente, se encontraba ansiosa por ver a José Luis.

Ya se había maquillado y arreglado el cabello, pero aún estaba decidiendo qué vestiría.

Después de un buen rato, por fin pudo escoger lo que usaría: una blusa de mangas largas de encaje negro con un hermoso sujetador debajo, falda tubo y botas altas casi hasta la rodilla, todo del mismo color.

[...]

La cena volvería a tomar lugar en el Chartreuse, como aquella cena familiar que habían tenido uno de los primeros días del crucero.

José Luis la estaba esperando en una de las mesas.

El empresario vestía tambien de negro, camisa sin corbata con los primeros botones sueltos y un elegante traje.

Tenías que ser túWhere stories live. Discover now