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Freyja
Estaba entumecida.
Y también estaba en una especie de furia fría, dónde sólo podía arder en silencio.
A la salida del vertedero, tropezamos con un camión de remolque tan viejo que parecía que también lo hubiesen dejado alli, abandonado como chatarra inservible. Pero el moto arrancó y tenía el tanque lleno de gasolina, así que nos valió verga.
Thalía conducía —porque ellos no confiaban en mi delante de un volante, y para ser sincera, yo tampoco—, pues era la que permanecia más avispada.
—Los guerreros-esqueletos aún andan por ahí —nos recordó—. Tenemos que continuar.
Avanzamos por el desierto bajo un cielo totalmente azul. La arena brillaba de tal modo que ni siquiera podías mirarla. Zöe iba en la cabina junto a Thalía —la cazadora mayor me había recomendado ir con ellas por el golpe que me había llevado en la cabeza, pero sólo gruñi molesta y me senté en la parte trasera con ayuda de Percy—; Grover, Percy y yo, en la caja, ellos apoyados en un cabrestante y yo cruzada de brazos al otro lado de la caja.
El aire era caliente y seco, pero apreté la mandíbula con fuerza, porque el buen tiempo parecía un insulto después de perder a mi mejor amiga.
¿Ahora que haría sin ella?
Llevaba apretada en la mano la figurita que le había costado la vida. Aún no tenía claro que dios se suponía que era. Seguro Nico lo sabría.
