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Freyja
Al despertar la mañana siguiente, sabía que Apolo estaba molesto.
Adivino, el clima estaba para el culo.
Sip. Durante el desayuno había mucho ruido en el comedor, tanto por el acontecimiento de la madrugada como por el día lluvioso que se presentaba.
Al parecer, a las tres de la madrugada se había localizado un dragón etíope en la frontera del campamento. Yo estaba tan exhausta que me había devuelto al campo de fresas y levanté a los bellos durmientes para devolvernos a nuestras cabañas y pese al alboroto, caí como una piedra en mi cama.
Los límites mágicos habían mantenido al monstruo a raya, pero éste siguió merodeando por las colinas intentando encontrar algún punto débil en nuestras defensas y no pareció dispuesto a marcharse hasta que Lee Fletcher, de la cabaña de Apolo —tu futuro esposo, Frey Frey. Cállate Eduardo que yo estoy chiquita—, y dos de sus hermanos se pusieron a perseguirlo. Cua do el dragón tuvo una docena de flechas alojadas en las grietas de su armadura, captó el mensaje y se retiró.
—Debe de seguir ahí afuera —nos advirtió Lee durante los anuncios de la mañana—. Tiene clavadas veinte flechas en la piel y lo único que hemos hecho fue enfurecerlo. Es de color verde intenso y mide nueve metros. Sus ojos... —se estremeció.
—Buen trabajo, Lee —dijo Quirón, dándole una palmada en el hombro—. Que todo el mundo permanezca alerta, pero sin perder la calma. Esto ya ha sucedido otras veces.
Fruncí el ceño cuando Quintus habló desde la mesa principal—. Así es. Y volverá a ocurrir. Cada vez con más frecuencia.
