EXTRA

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El otoño había llegado a la gran isla de Japón y con él los cálidos colores para decorar el panorama del país. En la ciudad portuaria de Yokohama el fresco viento hacía danzar a los árboles con una pacífica melodía que sólo ellos escuchaban, mientras creaban alfombras de hojas en el asfalto. Esta vez, el castaño ex mafioso se encontraba de muy buen humor al dar por finalizado las altas temperaturas veraniegas, por lo que aquel día de mediados de septiembre se levantó temprano con una reluciente sonrisa; había hecho un elaborado desayuno americano para disfrutar con Chuuya y, claro, una deliciosa papilla de calabaza para el pequeño Masaki que había cumplido su primer añito no hacía mucho.

—Abre la boquita, Chibi~— Le canturreaba moviendo la cuchara de comida frente al bebé como un avión en pleno vuelo, el cual hace descendencia a su boquita; sin embargo, es rechazado con asco al apartar su adorable rostro, haciendo bufar al mayor. —No hay manera.

El ejecutivo emitió una risa al ver a su pareja luchar para que el niño comiera, y dio un sorbo a su taza de café bien cargado. Desde que Masaki había llegado a sus vidas, despertaba cada mañana con una inmensa alegría desbordando su corazón y luego finalizaba el día apreciándolo embobado dormir tan en paz en sus brazos, como si fuera lo más precioso del mundo. ¿Con que así se sentía ser padre?

—¿De qué te ríes, tú?— Le cuestionó Osamu, con su mirada entrecerrada dirigida hacia él. 

Entre risas, Chuuya le contestó:

—Porque eres un inútil.

—¿Te recuerdo la vez que no sabías cambiarle los pañales y recurriste a unos tutoriales en YouTube?

—Ese eras tú, idiota.

—... Touché.

Entre la conversación que estaban entablando sus progenitores, Masaki aprovechó la distracción para dejarse resbalar de su sillita -que no era tan alta- y, al tocar con sus piecitos el suelo, comenzó a caminar con torpes pasos y alguna que otra caída en el proceso, con dirección a sala. Alcanzó a ver los queridos guantes de su padre que descansaban en la mesa ratona y a Kenzo el gato que retozaba en el sillón, lo que hizo que sonría travieso.

Mientras tanto, el Doble Negro hablaba de cosas tan comunes como cualquier pareja en el desayuno como si nada estuviera fuera de lugar.

—No vamos a hacer un suicidio triple cuando Masaki cumpla la mayoría de edad, bastardo.— Se negó el pelirrojo soltando un gruñido.

—¡Pero imagínate lo hermoso que sería!~— Canturreaba risueño el de vendas. Se giró hacia donde supuestamente estaba el menor para preguntarle de su opinión aún sabiendo que no le daría una respuesta coherente, más abrió los ojos en grandes al notar que la silla estaba vacía. —¿Chibi?

Cuando el gato soltó un sonoro maullido como solicitando socorro, ambos padres se levantaron y se acercaron rápidamente al lugar donde lo habían escuchado. Y ahí estaba su más adorado hijito riendo mientras señalaba con su dedito índice al pobre animal, el cual intentaba quitarse el guante de la cabeza de cualquier manera. Tanto Dazai como Nakahara compartieron miradas un par de segundos, para luego echarse a carcajear también.

—¿Pero qué le hiciste al pobre gato, pequeño?— Sin poder cesar la risa, Chuuya se acercó a Kenzo para quitarle el guante con cuidado.

—Ven aquí.— Aupando a Masaki, el detective besó la coronilla de su cabeza. Él le regaló una sonrisa mostrando sus pocos dientitos de leche y dio saltitos en su brazos, contento por su pequeña travesía. Los ojos de Osamu brillaron como dos estrellas en el cielo, que lo observaban en silencio pero a la vez gritándole lo mucho que lo amaba. No podía describir ni un cuarto en palabras todo lo que le hacía sentir desde el primer momento en que lo sostuvo en brazos. Había leído por medio de libros sobre que el amor hacia un hijo es el más fuerte de todos, pues ahora lo confirmaba una y otra vez todos los días.

Consequence | Soukoku m-pregWhere stories live. Discover now