Capítulo III

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Sentado en el pequeño sillón de su humilde sala, cruzado de brazos y piernas, miraba serio y de forma fija a los dos objetos sobre la mesita ratona: una pequeña carpeta con sus estudios realizados por Yosano anteriormente y, al lado, un test que se había hecho hace unos dos minutos atrás. Suspiró ansioso y llevó las rodillas a su pecho, abrazando sus piernas para así enterrar su rostro en ellas.

La médico le había sugerido hacerse la prueba para estar seguro. Se había negado en un principio, pero a penas salir de la Agencia sus pies se movieron por sí solas hasta la farmacia más cercana para ir a comprarla. Le costaba asimilar todo lo que había ocurrido en esa jornada laboral, quería creer que era una broma. Una de muy mal gusto.

Y supo que no era así cuando el aparato sonó, indicando que los resultados estaban listos. Sintió un insoportable vacío estomacal y que en cualquier momento caería desmayado nuevamente al ver aquellas dos miserables y malditas líneas en la pequeña pantalla; sin embargo, se sostuvo del sillón para mantener su consciencia. Por segunda vez, sus manos comenzaron a temblar sudorosas y estaba seguro que su corazón se le saldría del pecho en cuestión de segundos.

Jamás se había sentido de tal manera, incluso cuando fue testigo a los cinco años del asesinato de su madre en aquella antigua casa que llamaba hogar, de donde huyó lejos quedándose así en la calle por un tiempo. De aquellos terribles recuerdos que había pasado en ese sucio y espantoso consultorio cuando era atendido por Mori. Recordaba sólo sentir rencor y odio, con una vacía mirada color rojiza; que de todas esas masacres que antes ocasionaba siendo ejecutivo, jamás le habían hecho sentir remordimiento alguno. Sabía que era un hijo de puta, que obtenía todo a su beneficio con una falsa sonrisa y un par de palabras hipócritas.

Él era la falsedad en persona, que ocultaba la oscura y dura verdad detrás de una miserable máscara rota. Morir era lo único que deseaba, desaparecer de este mundo, y dejar aquella vida que se había convertido en su autodestrucción de cada día.

Se sorprendió al sentir sus propias mejillas humedecidas por las lágrimas que habían caído por ellas. No pudo evitar mirar aterrado hacia abajo, encontrandose con su plano vientre, pero en donde albergaba un pequeño ser que crecería al pasar los meses.

Debía ser una pesadilla, de la cual quería despertar. No podía ni con él mismo, ¿Cómo podría con un bebé?

Se abrazó con fuerza y, sin contenerse más, se dejó romper como siempre pasaba al entrar a su pequeño departamento: se quitaba los zapatos para tirarlos en la entrada, y se tiraba al sillón suspirando profundamente antes de llorar lo que restaba del día, hasta que sus ojos no podían más y caer dormido.

Una pequeña parte de él sentía que al fin tendría una oportunidad de estar acompañado, ser amado y amar ahora y el resto de su vida; alguien que no lo abandonaría por nada, una razón de vida, una pequeña luz para su oscura soledad. Otra gran parte, estaba seguro que ese niño lo odiaría por ser la mismísima mierda, como cualquier ser humano que lo conocía.

Pero había llegado a la conclusión que no estaba listo para tener hijos, tampoco tenía pensado en tener más adelante. Quería morir, y resultaba que ahora no podía porque estaba esperando un bebé, del cual estaba seguro que no llegaría ni al tercer mes sano.

La idea de abortar pasó por su cabeza, pero lo descartó de inmediato; no soportaba el dolor, ya había sufrido lo suficiente a lo largo de su vida. Tenía la opción de poner al niño en adopción, tal vez él podría tener una mejor familia, alguien que lo amara de verdad y como es debido.

-S-si, e-eso haré.- Se dijo levantándose como pudo del sillón, ayudándose con el espaldar de este ya que sus piernas habían comenzado a temblar de una forma que no podía ponerse de pie corretamente.

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