III

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Daniel estaba apoyado del mostrador de la panadería donde trabajaba revisando el portal del periódico escolar

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Daniel estaba apoyado del mostrador de la panadería donde trabajaba revisando el portal del periódico escolar. Había estado ansioso durante toda la hora que llevaba allí, esperando ver el artículo que saldría hablando sobre la ManoJusticiera y el ya no tan rumor de los encuentros en el baño del profesor de deporte con la profesora de lenguaje. Melisa no había querido darle ningún adelanto, solo que estuviera atento a la hora de costumbre.

Esa tarde él había salido más temprano de clases. Los viernes a última hora la sección se dividía en dos para las prácticas de laboratorio y ese día el profesor de química no asistió, así que Daniel aprovechó de llegar antes al trabajo. Sin embargo, no se había podido concentrar mucho. Le preocupaba qué pudo haber puesto su amiga, especialmente que no cambiara de opinión, a pesar de que el director decidió no despedir a los implicados. Al parecer no podía darse el lujo de quedarse sin profesores.

Refrescó la página una vez más, obteniendo el mismo resultado invariante. Media hora atrás terminó la jornada escolar, por lo que no entendía por qué todavía no lo subían. Estaba teniendo un mal presentimiento.

Estuvo a punto de escribirle a Melisa para preguntarle, pero tuvo que guardar el celular porque una cliente entró a la panadería. La saludó y la atendió, enviando lejos por unos minutos su intriga. Aún no iniciaba la hora con alta afluencia de compradores, por lo que había podido darse el lujo de revisar el aparato. De lo contrario, no se hubiera atrevido. La paga del empleo era buena y debía conservarlo si planeaba seguir a Melisa donde fuera que decidiera estudiar.

Justo cuando le entregó a la señora el cartón con el monto que debía cancelar en caja antes de retirar sus productos, la castaña que influenciaba en la mayoría de las decisiones de Daniel ingresó a la panadería.

El chico se sujetó del borde del mostrador mientras la veía caminar hacia él. Daba pasos firmes y su expresión era de furia. Pese a su estatura casi diez centímetros menor, Daniel sintió un poco de temor y esperaba no ser el causante de ese enojo. De hecho, esos segundos rebobinó en su mente sus acciones en los últimos días para comprobar que no estaba por ser asesinado por su mejor amiga.

No fue hasta que la tuvo enfrente que notó la hoja en su mano, la cual puso sobre la superficie para que la leyera.

—No entiendo cómo podemos estudiar en ese colegio —exclamó.

Antes de replicar, Daniel agarró el pedazo de papel para leerlo. Lo primero que captó su atención fue donde decía bien grande: SUSPENSIÓN. Después, le importó fue ver el nombre completo de Melisa y la firma tanto del director como la de su madre.

—¿Te suspendieron? —preguntó Daniel para confirmarlo—. ¿Por qué?

—¡Por decir la verdad!

—Melisa...

Ella suspiró. Tomó la carta de suspensión para doblarla y guardarla en su bolsillo.

—Bien, tal vez debí tener más tacto, pero es una situación que no lo merece. —Hizo una breve pausa para balancearse sobre sus pies e internalizar lo que Daniel no tuvo que decir en voz alta—. El director dijo: «por esparcir rumores sin fundamentos, atentar contra la reputación de dos maestros, y usar mi posición como encargada del periódico para generar malestar dentro del cuerpo estudiantil».

El día que Daniel entendió el amorWhere stories live. Discover now