IV

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Daniel daba vueltas en la silla giratoria frente a su escritorio

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Daniel daba vueltas en la silla giratoria frente a su escritorio. Ya estaba en pijama, a pesar de ser las 8 de la noche y haber tenido otros planes. Estaba aburrido y no le quedaba de otra que estar allí escuchando música. Le hubiera encantado ir a la fiesta de Miguel en compañía de Melisa, pero en todo el día no había hablado con ella, así que suponía que el castigo permanecía igual.

Soltó un suspiró y volvió a revisar la pantalla de su celular para ver si aparecía un mensaje de ella. No obstante, el aparato no estaba en silencio, por lo que antes de que se iluminara la pantalla sabía muy bien que la frenética castaña no le había escrito.

Alzó la vista al techo y cerró los ojos. La canción que estaba sonando no lo ayudaba para nada con su especie de melancolía. Pese a no ser una pareja, eran inseparables como una al salir. De hecho, en varias ocasiones les habían preguntado si eran novios. Tristemente, Melisa siempre era la que se apresuraba a decir que no, hundiendo, sin saberlo, un puñal en el corazón de su mejor amigo.

«¿Será que le daría pena que lo fuéramos? ¿Tan malo soy como para que no me considere material de novio?», se preguntó.

Dio otra vuelta y sintió cada palabra que acompañaba la melodía. Una trágica historia de amor no le subiría el ánimo.

Debió haber aceptado ver esa película con sus padres en la sala. No obstante, prefirió darles su tiempo a solas. Una noche libre era genial; dos noches seguidas era un milagro. Sus padres lo habían tenido jóvenes, por lo que Juan estaba en plena batalla para crecer en su carrera profesional.

Deseó ser de los que le robaban botellas de alcohol a sus padres para dar por lo menos un trago. Claro, también deseó por unos segundos tener padres que compraran alcohol. Él no era el divertido, pero se había ilusionado con esa fiesta.

Un golpe, primero suave y luego más insistente, lo hizo abrir los ojos. Se reincorporó lentamente. Al principio creyó que podía ser Plutón en la puerta de su habitación, mas luego recordó que estaba durmiendo debajo de su cama. Además, para confirmarlo, el perro asomó su cabeza a través del borde de la sábana que quedaba al ras del suelo, también interesado en el ruido.

—Daniel —lo llamaron.

Sin ser creyente en los fantasmas, se acercó a su ventana para retirar las cortinas. Del otro lado del cristal, estaba Melisa. Lucía un vestido oscuro escarchado demasiado corto para su bien, por lo que Daniel quiso no vivir en un país con altos índices de delincuencia, para no tener protectores en las ventanas, y poder halarla de inmediato al interior de su habitación.

Abrió la ventana. Una brisa ligeramente gélida lo impactó e hizo estremecer.

—¿Qué haces aquí sola, así, y a esta hora? —preguntó.

Melisa se abrazó a sí misma, también afectada por el frío nocturno. Sí, había sido mala idea esa elección de atuendo.

—Vamos a la fiesta —dijo—. Vístete.

El día que Daniel entendió el amorΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα