IX

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Daniel creyó que lo peor había sido que Melisa le contara sobre su noviazgo con Justin, pero se equivocó

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Daniel creyó que lo peor había sido que Melisa le contara sobre su noviazgo con Justin, pero se equivocó. Lo peor llegó el día siguiente, cuando ella volvió a clases y Justin anduvo con ellos la mayor parte del tiempo fuera del aula. Daniel tuvo que tragarse su dolor e incomodidad y fingir una sonrisa, jugando su papel de mejor amigo que apoyaba a Melisa por su reciente pérdida. A pesar de todo, no fue capaz de apartarse y ser egoísta, porque su amiga lo llamaba con la mirada y lo detenía con cualquier gesto cada vez que pretendió escabullirse.

Su odio hacia Justin fue concebido. No soportaba su sonrisa, ni cómo le agarraba la mano a la chica que le gustaba. Se suponía que debía ser Daniel quien lo hiciera, no él. Por más que llevara meses interesado en Melisa, por más que Daniel lo analizara, no podía encontrar ni un solo motivo que lo hiciera merecedor de la atención de la castaña. ¿Consolarla por la muerte de su abuela? Él también pudo haberlo hecho si el nadador no se hubiera arrebatado el espacio que le correspondía. Ya se había encargado de ayudarla a sanar innumerables veces con las muertes de sus peces...

—Oye, niño —el sujeto del otro lado del mostrador llamó su atención—. Dije café con un poco de azúcar, no azúcar remojada en café.

—Mierda —murmuró él dándose cuenta de que ya había abierto y vaciado seis sobres de azúcar en el vaso de cartón.

—Sí, mierda —replicó el hombre cruzando los brazos y comenzándose a esparcir el enojo por su rostro—. No voy a pagar por eso.

—Claro que no, señor. No se preocupe —aseguró Daniel, esforzándose por hacer a un lado sus pensamientos para enfocarse en no perder su empleo—. Ya le hago otro y también me encargo de pagarlo.

El adolescente se apartó para guardar el café arruinado en la nevera de bebidas. Ya se lo tomaría él después para no desperdiciarlo.

Regresó a la máquina de café y preparó otro. En el proceso, ojeó en dirección de su supervisora, quien estaba de cajera. Leía una revista, pero también le lanzaba miradas furtivas. Sin dudas había notado su falla.

Le entregó el café al señor, junto con la ficha con lo que debía pagar y la observación de que fuera anexado a su deuda. El cliente se apartó sin darle las gracias y Daniel se le dio la bienvenida al próximo.

Que la tarde estuviera movida lo ayudó a distraerse y sentirse menos miserable. Atendía a todos los que podía, bajo la vista extrañada de sus compañeros de trabajo. Sus piernas se quejaban y se había quemado un par de veces a causa de su distracción ocasional.

«¿Va a ser necesario que siga trabajando aquí?», se preguntaba.

En lugar de estar haciendo tarea, practicando ajedrez, o haciendo cualquier cosa para divertirse, se encontraba allí; pese a la insistencia de sus padres de que no era necesario que trabajara. No obstante, se ilusionó con ir a la misma universidad que Melisa y por eso estaba ahí desde el año anterior. No quería depender de sus padres para conseguirlo, pues tal vez no lo apoyarían. Ya tenía un cupo asegurado en la universidad donde daba clases su madre, así que verían ese gasto como innecesario.

El día que Daniel entendió el amorWhere stories live. Discover now