CAPÍTULO 3.

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Me quité el abrigo, lo colgué al lado del suyo y le seguí con la mirada mientras de la nevera sacaba el champán prometido y dos copas antes de regresar a la zona de los cojines. Al verme ahí de pie, tan quieta, me hizo una ademán con la mano para que tomara asiento a su lado. Abrió la botella con el ruido tan característico que hace el corcho al salir disparado y seguidamente llenó las copas.

- ¿Por qué hemos dicho que íbamos a brindar? – preguntó de repente, antes de que pudiera darle un trago a la mía.

- ¿Por la vida?

- Eso es. – asintió. Acto seguido, chocamos nuestras copas y lo probamos. La verdad es que estaba bueno y bastante fresco, así que si no tenía de normal una de estas botellas en su frigorífico, debía de haber pensado todo este plan con bastantes horas de antelación. – ¿En algún momento vas a dejar de mirar mi piso con esa mueca? No creo que siendo estudiante y con lo que ganas en el bar tengas de sobra para gastar en muebles.

- Por lo menos tengo un sofá. Uno bastante cómodo.

- Ya iré a probarlo algún día. – me dijo, sin reparo. – De momento, disfruta de mis almohadones.

Sonreí ante sus palabras, pero la mención al bar me había recordado el incidente de antes y una pequeña sombra apagó mi rostro. Benny me observó durante unos segundos, como si estudiara mis emociones, y después habló.

- He visto como te ha tratado tu jefe. – me reveló. Tenía sentido porque su mesa estaba casi enfrente del almacén así que, si bien no lo habría escuchado, tampoco se habría perdido detalle.

- Morgan. Es un imbécil.

- ¿Se suele poner así contigo? – inquirió con repentina curiosidad.

- Solo cuando estropeo algo.

- Tan solo era una jarra. – argumentó. Y sí, tenía toda la razón, pero Morgan no era capaz de entenderlo. Para ahogar mi frustración, le di un largo trago a mi copa en lugar de responderle. – ¿Por qué no lo dejas y buscas otra cosa?

- Porque no encuentro esa otra cosa. Y necesito el maldito dinero. – gruñí, dedicándole seguidamente una mirada de advertencia. – Si no cambiamos de tema, me marcho.

- Como ordenes. – me aseguró, levantando las manos teatralmente en son de paz. – ¿De qué quieres hablar?

Pasamos casi dos horas charlando y bebiendo. La botella no valdría para el día siguiente si la guardábamos en la nevera, así que lo idóneo era que nos la terminásemos. Cuando nos quedamos en silencio por primera vez desde que había entrado por la puerta, y viendo que ya no tenía nada más que contarle o preguntarle, decidí ponerme en pie y estirar las piernas. Puede que esos almohadones no fueran lo peor del mundo, pero la rabadilla comenzaba a dolerme.

Paseé por enfrente de la balda de sus premios, siempre primer puesto. Supuse que tendría otros, es decir, era imposible que ganase todo el tiempo, pero esos no los tendría expuestos. Me tomé la libertad de agarrar una de las revistas que tenía sobre la librería con su cara en portada y luego cogí otra que estaba sobre la mesa y que, para variar, también lo tenía a él en portada.

- No solo una, sino dos. – comenté. – Te encanta mirarte a ti mismo, ¿no es así?

Benny avanzó hasta donde yo me encontraba y echó un vistazo a las revistas sin poder contener la sonrisa que creció en sus labios.

- Mentiría si te dijera que no me encanta salir en las portadas. – me aseguró. – Salgo guapo.

- Solo un ciego podría negarlo. – suspiré, y entonces nuestros ojos se unieron. Dejé las revistas sobre la mesa y me coloqué frente a él para poder quedar cara a cara definitivamente. Su boca estaba entreabierta, como si no supiera qué contestar, y por su mirada tampoco estaba segura de poder descifrar sus emociones. – ¿Tienes algo más que añadir, cowboy?

Más allá del ajedrez | Benny WattsWhere stories live. Discover now