CAPÍTULO 5

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Esa segunda noche que pasé con Benny fue diferente; ya nos conocíamos y nuestros cuerpos parecían extrañarse. No tuvimos que andar con preliminares como lo fue la botella de champán antes del primer beso, sino que fuimos directamente al grano. Entramos por la puerta ya devorándonos, incluso sin reparar en el olor a basura de la entrada. Benny cerró dando un portazo y la primera pared con la que nuestros cuerpos se toparon bastó para que pudiera acorralarme y sentir un poco más mi cuerpo.

La primera vez lo hicimos sobre los almohadones, como si fuésemos dos adolescentes cachondos incapaces de refrenar sus ganas; o puede que ambos tan solo lo necesitáramos para desahogarnos. Luego disfrutamos de una pausa en ropa interior; él con su bata floral y yo con su camisa de media manga, mientras que nos tomábamos un par de cervezas sin decir realmente mucho. Lo poco que hice fue pasearme por su piso, observando sus trofeos al tiempo que él me decía dónde y cuándo los había ganado. Después repetimos; esta vez más calmados y saboreándonos mejor, pero de cualquier forma acabamos exhaustos. Benny no tuvo que decirme que podía quedarme a dormir, sino que yo directamente supuse que no había problema y él dio por hecho que iba a hacerlo. Y sí, sin la más mínima duda, podía afirmar que las noches con ese chico merecían la pena.

A la mañana siguiente, lo que me despertó fue una sirena de policía que por unos instantes pareció que se hubiera metido de lleno en el piso, pero solo había pasado por la calzada de al lado. Era uno de los defectos de vivir en el subsuelo, entre otros. Después de maldecir al cielo por tan desagradable forma de despertarme, me percaté de que la cama estaba vacía y recordé las palabras de Benny alegando que no le gustaba perder el tiempo durmiendo. El caso es que, segundos después, pude oír su voz desde el salón gracias a la puerta entreabierta del dormitorio y decidí acercarme de puntillas para poder oír mejor de qué o con quién hablaba.

- ¿Sabes que debes pagar el hotel por adelantado? – dijo. Por el largo silencio que vino después, entendí que no es que hubiera alguien en el apartamento, sino que estaba hablando por teléfono. – No los tengo. – añadió, y luego un silencio más pequeño. Su voz era seria, pesada, como si estuviera entristecido o, más bien, apesadumbrado. – No lo tengo.

Tuve unos breves segundos para tantear las posibilidades de qué era a lo que podía estar refiriéndose, cuando entonces su tono cambió a uno más enfadado. Sea lo que fuese lo que la otra persona le había dicho al otro lado del teléfono, no le hizo demasiada gracia.

- ¿Qué mas te da? – inquirió. – Llama a la Federación o al Departamento de Estado.

Sus palabras me desconcertaron hasta que mi mente recién levantada unió cabos y entendió que estaba refiriéndose a la Federación de Ajedrez, la cual me había mencionado alguna vez. Así que la persona que se encontrara al otro lado del teléfono debía de ser uno de sus compañeros, puede que otro ganador o alguien que también estuviese metido en ese mundillo. Aun así, al escucharle suspirar con pesadez, dejé de elucubrar y volví a centrarme en sus palabras.

- ¿Me tomas el pelo? – cuestionó, claramente decepcionado, pero luego regresó a esa notoria molestia. – Primero no regresas a Nueva York y luego me das a entender que prefieres ser una borracha a estar conmigo. ¿Y ahora me vienes con esta mierda? Seguro que podrás ir perfectamente tú sola.

Ya no escuché nada de lo poco que quedó de esa conversación telefónica. Vale que Benny había colgado ordenándole que no volviera a llamarle, pero de todas formas sentía como si me hubiesen tirado un jarro de agua fría por encima. Pese a que no conociese toda la conversación ni mucho menos la historia, era consciente de que era una chica con quien hablaba; una chica que le había dejado plantado. Repasé los comentarios que me había hecho acerca de su vida en el ajedrez y a primera instancia no recordé ninguna mención femenina, hasta que caí en la cuenta del momento en que me dijo que el título de ganador de Estados Unidos se lo había arrebatado este año, apenas unos meses atrás, una chica incluso más joven que él.

A sabiendas de que no podía quedarme más tiempo escondida detrás de esa puerta, decidí ponerme en marcha con movimientos silenciosos y miré alrededor en busca de mi ropa. Me reprendí mentalmente al darme cuenta de que en la habitación no había ni rastro, por lo que la habría dejado esparcida por el suelo del salón. Allí solo quedaban la camisa de Benny y mis bragas, y pese a que me resultara tremendamente incómodo tener que salir solo con eso puesto después de lo que había descubierto, no tenía alternativa.

- Buenos días. – le saludé tímidamente, todavía sin estar muy segura de cómo debía comportarme. Benny estaba sentado en su único sillón de una plaza, serio, con los codos en las rodillas y la barbilla apoyada en sus manos. Su mirada se clavó en mí como si fuese la culpable de su enfado, mas debió hacer un esfuerzo por no ladrar al responder.

- Buenos días.

- ¿Te encuentras bien? – me animé a preguntarle, y entonces su vista todavía se recrudeció más.

- Sí.

Asentí lentamente, comenzando a incomodarme ante su tono tan seco y arisco; no obstante, por más que quisiera, no me salía el actuar como si yo fuese la víctima. Puede que la chica que le gustaba le hubiera dado calabazas y seguramente el acostarse conmigo solo hubiese sido una forma de sacársela de su cabeza; lo típico de que un clavo saca a otro clavo. Y aunque una parte de mí me gritara que me había utilizado, la otra me recordaba que yo, en parte, también lo había usado a él para darme un respiro después de unos días de mierda.

- He oído la conversación. – le solté, logrando que su enfado se cerniera sobre mí definitivamente.

- ¿Me has estado escuchando detrás de la puerta? – cuestionó, con una ceja enarcada y el morro torcido.

- Estaba abierta. Tan solo me he despertado y te he oído. – le confesé. A medias. – ¿Quieres hablar del tema?

- ¿Por qué lo hablaría siquiera contigo?

- Porque me llamas Alex.

- ¿Qué demonios tiene que ver el como te llame con todo esto? – cuestionó, desconcertado, como si hubiese dicho la mayor tontería del mundo. Si seguíamos viéndonos, no tardaría mucho en acostumbrarse porque solía soltar un montón de estupideces a diario.

- Porque así es como me llaman mis amigos. – le recordé. Y sí, puede que en voz alta sonara aún más absurdo de lo que había pensado. – Lo que significa que somos amigos, ¿no es así? Y tú ahora mismo estás de malhumor y yo estoy dispuesta a escuchar. Puede que hablarlo con alguien te ayude a soltar parte de tu frustración.

Todavía me costó un poco más convencerle, pero al final lo hice. Benny era un hueso duro de roer y, además, uno al que no le gustaba demasiado exteriorizar sus emociones. De cualquier forma, conseguí que me hiciera un resumen de la historia y que me hablara de ella. Era un tanto extraño estar hablando de otra mujer cuando nosotros nos habíamos acostado ya dos veces, pero fui capaz de hacer la situación lo más cómoda posible. Sin duda el karma debería portarse muy bien conmigo después de haber soportado hablar con Benny de su ex cuando la noche anterior me había hecho gemir su nombre como loca. Esa mañana fue la primera vez que oí el nombre de Beth Harmon; lo que no sabía era que estaba lejos de ser la última. 

Más allá del ajedrez | Benny WattsWhere stories live. Discover now