Capitulo 08

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Tn estudió el severo rostro de su abogado y se preguntó si existiría algo parecido a un abogado con sentido del humor. Todos parecían unos fríos y calculadores tiburones.
Claro que, tratándose de su futuro y del de su hija, lo que quería era precisamente al tiburón más grande y malo de todo el océano.
—El acuerdo está bastante claro, señorita. En síntesis, establece que, en caso de divorcio, tanto el señor Choi como usted conservarán los bienes de su propiedad.
Tn sonrió. ¿Qué bienes? Ella no tenía nada, y Minho lo sabía.
—¿Y qué más? —preguntó ella con impaciencia. Tenía que haber algo, una cláusula oculta. Necesitaba averiguarlo—. Quiero una detallada explicación. Línea por línea.
—Muy bien —el abogado se puso las gafas y se volvió a sentar con los papeles en la mano—. El señor Choi se ocupará de su manutención, independientemente de la paternidad del bebé. Si el ADN demuestra que la niña es suya, él conservará la custodia en caso de divorcio.
—¿Qué? —ella se quedó boquiabierta y agarró la hoja que leía el hombre—. Se ha vuelto malditamente loco. De ninguna manera firmaré algo que me prive de la custodia de mi hija.
—Puedo modificar esta cláusula, pero es probable que él no se muestre de acuerdo.
—Me importa un bledo que esté de acuerdo o no —murmuró ella entre dientes—. No lo firmaré hasta que la dichosa cláusula sea retirada por completo —furiosa, volvió a arrancar la hoja de las manos del abogado que intentaba recuperarla—. Da igual. Lo haré yo misma.
Salió del despacho hecha una furia. Minho aguardaba en la sala de espera, sentado en un extremo con el portátil conectado mientras hablaba por el móvil.
—¿Ocurre algo? —levantó la vista y, lentamente, cerró el portátil.
—Ya te digo —rugió ella mientras le arrojaba la hoja de papel y le señalaba la cláusula sobre la custodia—. Si pretendes que firme cualquier cosa que me pueda privar de la custodia de mi hija, eres idiota. Sólo muerta me separarán de mi bebé. Por lo que a mí respecta, puedes tomar este… este acuerdo prenupcial y metértelo por donde nunca te dará el sol.
—Supongo que no pensarías que iba a renunciar a la custodia de mi hija —él enarcó una ceja y la miró en silencio—. En caso de que resulte ser el padre.
—No pierdes una oportunidad para criticarme —ella alzó las manos desesperada—. Sé que no crees que este bebé sea tuyo. Pero el que me lo recuerdes constantemente sólo servirá para fastidiarme cada vez más. ¿No has oído hablar de la custodia compartida? Ya sabes, cuando los padres piensan en el bien del hijo y acuerdan que pase la misma cantidad de tiempo con ambos.
—Si la niña es mía, no tengo intención de verla a temporadas, ni a plegarme a tu agenda. Desde luego yo le puedo dar mucho más que tú. Estoy seguro de que estará mejor conmigo.
—Eres un bastardo santurrón —ella apretó los puños, presa de la ira que ardía en sus venas como el ácido—. ¿De dónde sacas la idea de que mi hija estaría mejor contigo? ¿Porque tienes más dinero? Pues entérate, el dinero no puede comprar el amor, ni la seguridad. No puede comprar sonrisas ni felicidad. Todo aquello que más necesita un niño. Francamente, el hecho de que pienses que estaría mejor contigo me indica que no sabes nada sobre los niños o el amor. ¿Cómo ibas a saberlo? Dudo mucho que hayas amado a alguien en tu vida.
El pecho de Tn se agitaba nerviosamente y el papel no era más que una bola arrugada en su mano. Hizo ademán de arrojárselo a los pies, pero él fue más rápido y le agarró la muñeca. Sus ojos reflejaban ira, la primera señal de una emoción sincera que ella le hubiera visto nunca.
—Das por hecho demasiadas cosas —contestó él con frialdad.
—No lo firmaré, Minho —ella se soltó y dio un paso atrás—. Por muy desesperada que estuviese, jamás firmaría la renuncia de mis derechos sobre mi hija.
—De acuerdo —dijo él al fin tras estudiarla impertérrito largo rato—. Haré que mi abogado modifique la cláusula. Le llamaré para que nos envíe un nuevo acuerdo.
—Yo esperaría un poco —dijo ella secamente—. Aún no he terminado.
Tn se dio media vuelta y se encaminó hacia el despacho del abogado al que encontró en la puerta con una expresión divertida reflejada en el rostro.
—¿Qué está mirando? —rugió ella.
—¿Nos ponemos con sus alegaciones al acuerdo? —dijo él con voz seria, aunque sus ojos reflejaban un sospechoso brillo.
Tres horas más tarde el contrato definitivo salió del despacho del abogado de Minho y, tras leerlo detenidamente, ambos interesados lo firmaron juntos.
Tn había insistido en un acuerdo inflexible según el cual compartirían la custodia de la niña, pero siendo ella la principal custodia. Era consciente de que Minho no se mostraba feliz con los términos, pero se había negado en redondo a firmar otra cosa que no fuera ésa.
—Está claro que no sabes nada sobre el arte de la negociación —dijo Minho secamente mientras abandonaban el despacho del abogado.
—Hay cosas que no son negociables. Que no deberían serlo. Mi hija no es una moneda de cambio. Y jamás lo será —dijo ella con firmeza.
—Lo único que pido —él alzó las manos en un gesto de rendición—, es que entiendas mi punto de vista. Tan decidida como estás tú a conservar la custodia, lo estoy yo a no ceder la mía.
Algo en la expresión del hombre hizo que ella se ablandara y parte de su ira desapareciera. Durante un instante habría jurado que parecía asustado y un poco vulnerable.
—Entiendo tu postura —dijo ella con calma—. Pero no pediré disculpas por reaccionar como lo hice. Fue algo sucio y vil.
—Entonces te pido disculpas. No era mi intención alterarte de ese modo. Simplemente pretendía que mi hija se quedara donde debía estar.
—A lo mejor lo que deberíamos estar haciendo era concentrarnos en que el divorcio nunca llegue a producirse —contestó ella—. Si conseguimos que funcione, no habrá que preocuparse por ninguna batalla por la custodia.
—Tienes razón —él asintió y abrió la puerta del coche ayudándole a entrar—. La solución está en asegurarnos de que nunca llegaremos al divorcio.
Cerró la puerta, rodeó el coche y se sentó al volante antes de poner el motor en marcha.
—Y ahora que nos hemos quitado de encima lo peor, pasemos a los aspectos más alegres de preparar una boda.
Y de ese modo se inició una tarde de compras. La primera parada fue en una joyería. Al serles mostrada una bandeja de anillos de compromiso de diamantes, ella cometió el error de preguntar el precio. A Minho no le gustó que lo hiciera, pero el joyero contestó con naturalidad. A la joven le faltó poco para tener que recoger la mandíbula del suelo.
Sacudió la cabeza y se separó del mostrador. Minho la agarró por la cintura y, divertido, la obligó a acercarse.
—No me defraudes. Como mujer, se supone que deberías estar genéticamente predispuesta a elegir el anillo más grande y caro de la tienda.
—Es cierto —dijo el joyero con solemnidad.
—De todos modos, no es de buena educación preguntar el precio —continuó Minho—. Elige el que quieras y finge que no lleva etiqueta.
—Su novio es un hombre muy sabio —dijo el hombre tras el mostrador con ojos burlones.
Mientras intentaba ignorar el hecho de que con uno de esos anillos se podría alimentar a todo un país del tercer mundo, estudió cada pieza. Al fin encontró el anillo perfecto.
Era un sencillo diamante con forma de pera, perfecto hasta donde su profano ojo podía asegurar. A cada lado había un pequeño racimo de diminutos diamantes.
—Su dama posee un gusto exquisito.
—Sí. ¿Este es el que quieres, 내 인생? —preguntó Minho.
—Pero no quiero saber cuánto cuesta —ella asintió intentando ignorar una náusea.
—Si te hace sentir mejor —Minho rió—. Haré un donativo por el valor del importe del anillo a la obra de caridad que prefieras.
—Te estás burlando de mí.
—De ninguna manera. Es bueno saber que mi esposa no me arruinará en un año.
Ella lo miró airada mientras él hacía un visible esfuerzo por no echarse a reír. Maravillada, contempló la soltura con que le entregaba la tarjeta de crédito al dependiente, como si estuviera pagando una copa y no un anillo que debía de valer miles de dólares.
—Déjatelo puesto —él le puso el anillo—. Es tuyo.
Ella contempló la mano, incapaz de disimular su admiración. Era un anillo fabuloso.
—Y ahora que hemos solucionado el tema del anillo, deberíamos pasar a otra cosa, como el vestido o cualquier otra ropa que puedas necesitar.
—¡Vaya! Un hombre al que le gusta ir de compras. ¿Cómo has conseguido permanecer soltero hasta ahora? —bromeó ella.
Toda expresión abandonó el rostro de Minho y ella se recriminó mentalmente por haber dicho algo incorrecto en el momento menos correcto.
Decidida a salvar el resto del día, le tomó del brazo mientras salían de la joyería.
—Me muero de hambre. ¿Podemos comer antes de seguir con las compras?
—Por supuesto. ¿Qué te apetece comer?
—Me encantaría un enorme y poco recomendable filete —contestó ella con añoranza.
—Entonces que así sea —él rió—. Vamos a matar a una o dos vacas.

[FIC] My Secret [Andyka:9]Where stories live. Discover now