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Y  sí, este es otro capítulo narrado por bebito hermoso de McKenzie

...

—Mckenzie... —la voz del señor Ojeda hizo que mis pensamientos desaparecieran —. ¿Estás listo?

Nunca había sido una persona que respondiese con sinceridad cuando un adulto le hacía ese tipo de preguntas, ya que era más fácil responder lo que suponía yo era lo que querían oír, pero el tiempo que llevaba hablando con él, me hizo entender que podía decir la verdad.

—No...

Él mostró una sonrisa de entendimiento, se arrastró con su silla de ruedas y cuando se me acercó, agarró mis manos. 

—Estoy seguro que esto saldrá bien y si tu madre quiere hacer algo que tú no quieras, me dices. Ya sabes que puedes contar con nosotros. 

—Estoy seguro que es así —susurré débilmente. 

El señor Ojeda asintió levemente y suspiró, con prontitud. 

—¿Sabes? Cuando eché a la calle a Gabriel, no sentí remordimiento alguno esa noche, todo lo contrario. Sentía una increíble satisfacción por haberme desasido de quién dañaría el apellido de mi familia, odié a Gaby por mucho tiempo...

»Pero cada día que pasaba, días en que no lo veía, que no oía su voz... iba dándome cuenta de que lo extrañaba. Lo extrañaba tanto, que dolía. Pero no quería admitirlo porque estaba enceguecido. Hasta que un día lo vi en una fiesta, él estaba... radiante, expendido, estaba tan bien sin mí que me enfureció tan solo verlo. 

»No fue hasta que regresó que lo entendí: mi rabia era porque...

Cuando se quedó callado, mirando hacia el suelo, entendí el peso de la vergüenza que sentía, pero no dije nada al respecto, pues pregunté algo que sí quería saber. 

—¿Quería usted verlo mal? Es decir... ¿Le molestó verlo así... en buen estado? —Tragué saliva y sonreí tímidamente cuando el señor Ojeda me miró asombrado —. Realmente no sé cómo preguntarlo, pero ¿pensaba usted que sin su ayuda, Gabriel iba a encontrarse en pésimas condiciones?

La respuesta a mi pregunta estaba en sus ojos, pero la corroboración llegó cuando el hombre, frente a mí, asintió con la cabeza. 

—¿Sabes por qué te cuento esto?

—No, señor. 

—Porque un padre que se alegraría al ver la desgracia de su hijo simplemente porque este desobedeció su ley, es un mal padre. Yo fui un mal padre con todos mis hijos, independientemente de cómo haya actuado, jamás les di el amor que necesitaban. Tuve que pasar por el abandono de todos ellos, unos cuantos infartos y el dolor de la mujer que amo para entenderlo. 

—Nunca es tarde para nada —dije. 

El señor Ojeda estuvo de acuerdo conmigo. 

—Te devuelvo ese consejo, Jamie: nunca es tarde para nada. Yo sé qué no te vas a arrepentir por lo que vas hacer hoy, por eso el consejo no aplica para esto. 

—¿Y dónde si aplicaría?

—Tú mismo lo debes de saber, Jamie. 

Cuando iba a decir algo, mi madre entró al cuarto, se veía espectacularmente bella, como era de esperarse. Miró al señor Ojeda y le saludó con cortesía, luego se sentó a mi lado. 

—Bueno, creo que los dejaré solos —dijo él, se dio la vuelta en su silla de ruedas y se alejó. Cuando la puerta se cerró de golpe, mi madre se levantó de la cama. 

—¡Jamie! ¿Cómo pudiste hacer eso?

—¿Hacer qué?

—¡No te hagas! ¡Estuviste viéndote con ese niño ayer...! Te dije que lo dejaras. ¿Lo hiciste?

Después De Soñar (Finalizada)Where stories live. Discover now