𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟏𝟏

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Sukuna Ryomen jamás imaginó que terminaría en un estado deplorable, habían pasado alredor de dos meses desde que Megumi puso un punto final a su historia.

El tiempo transcurría tan lento como el andar de un caracol, y en ningún sólo segundo dejó de visualizar al azabache en sus sueños, por aquella razón, Sukuna prefería seguir durmiendo hasta altas horas para no perder el hilo de su fantasía junto a la persona más importante de su vida.

Mayormente, había noches en dónde la depresión atacaba en su punto débil y el pelirosa, con el alcohol burbujeando en su interior y en la soledad de su departamento, llegaba a la conclusión de que la única solución para eliminar la inifita tristeza de su pecho sería el sueño eterno.

Era una idea tentadora, en ella estaría nuevamente con Megumi, no había duda en ello porque siempre, al cerrar sus ojos, lo recibía con una sonrisa. Sukuna prefería mil veces vivir en la ensoñación con el dulce azabache sonriéndole tiernamente y llenándole de mimos como acostumbraba, que en la cruda realidad donde el menor no podía verlo ni en pintura por sus actos egoístas.

Y si se lo preguntan, realmente estaba arrepentido.

Aún no podía hacerse a la idea de que Fushiguro cortó todo lazo con él, no lo odiaba, por dios nunca podría hacerlo pero estaba reacio a dejarlo ir, su corazón seguía latiendo como la primera vez que qué vió esos bonitos luceros posarse en los de él; tan brillantes como las estrellas de una noche despejada, encendiendo al instante una cálida chispa en su ártico interior. Así habían sido todos sus días, una vez rememoraba a Megumi no había vuelta atrás.

No obstante, al seguir rascando dentro de su memoria todo lo que vivió a su lado, dió pausa en ese mismo momento, cuando apesar de que su rostro mostraba un profundo odio a todo ser que respirase, Megumi le regaló una sonrisa tímida y sincera, no vió ningún toque de miedo en sus pupilas, sólo un rostro amable e inocente. No tuvieron que pasar meses para caer rendido ante los pies de una persona como Megumi Fushiguro, al tercer día de ver su dulce esencia se dió cuenta que quería pasar el resto de su vida con él. Al ver como su Gummi ayudaba a todo aquel que lo necesitara, comprendió que para estar a su lado debía de ser igual de amable como su ángel, al principio fue difícil, Mahito y Aoi se rieron en su cara al escuchar la palabra bondad salir de sus labios y trató de no golpear a las personas que acababan con su diminuta paciencia, casi logró cambiar todo lo malo de su personalidad, casi.

El molesto pitido de la alarma logró sacarlo de sus recuerdos, no supo en qué instante se había quedado dormido hasta que despertó exaltado, respiró varias bocanadas de aire como si el oxígeno se le hubiese acabado mientras dormitaba. Cuando ya estuvo más tranquilo, llevo su diestra a una de sus mejillas al sentirla húmeda, pasmado, se levantó rápidamente de la cama y corrió hasta el espejo de baño, viendo en su reflejo como otra lágrima descendía de su ojo hasta caer al suelo.

—Mierda, pensé que esto ya estaba en el olvido. —Habló frustrado, refiriéndose al tema con su ex pareja.

Se deshizo de su cómoda ropa para encender la ducha y fundirse en la fresca llovizna que recorría gustosa toda su anatomía.

Después de un refrescante baño salió con una toalla amarrada a su ancha cintura, abrió la puerta de su closet para tomar una de sus sudaderas colgadas pero, al hacerlo, una pequeña imagen cayó bocabajo hacia sus descalzos pies. Desconcertado, la tomó entre sus manos y le dió vuelta para apreciarla mejor, soltando un jadeo al instante.

Cómo era de imaginarse, su corazón volvió a latir desenfrenado y el temblor de sus manos hicieron acto de presencia, los nervios siempre tomaban posesión de él cuando se trataba de Fushiguro, era una fotografía de ambos tomada por el menor, una cita en donde Sukuna lo llevó a comer en la nueva cafetería de la ciudad, manteniendo una conversación cómica y dándose pequeñas muestras de amor mientras esperaban su pedido. Sukuna recuerda que en ese momento se encontraba bebiendo de su malteada, cuando Megumi se acercó a él con el celular en mano alegando que era un buen momento para tomar la foto del recuerdo, esa misma tarde la imprimió y la guardó en el bolso de su hoggie, días después terminaron.

La imagen, que aún reposaba en sus manos, la llevó hasta sus labios y dejó un corto beso en el rostro del azabache.

—Voy a recuperarte, Megumi Fushiguro. Esta vez haré las cosas bien.

El mensaje de Toji comentando que la cita con la psicóloga iniciaba dentro de media hora, fue motivo suficiente para continuar vistiéndose.

Por otro lado, Megumi no se encontraba saltando de alegría como hubiese imaginado

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Por otro lado, Megumi no se encontraba saltando de alegría como hubiese imaginado.

Su dulzura y amabilidad continuaban en su personalidad, pero su sonrisa se había esfumado, convirtiéndose en una pequeña mueca torcida, calmando con ella todas las dudas de su padre cuando le preguntaba si se encontraba bien.

Su tristeza carcomía la mayoría de sus ánimos, solamente se levantaba de su cama para ver el atardecer desde su tejado apreciando la cálida paleta de colores que se formaba, sentado en la orilla, esperando a que adquiriera un tono más obscuro y las estrellas se asomaran una por una. Toji, a lo lejos lo vigilaba, él solamente era un padre preocupado pensando en las locuras que haría su hijo por una ruptura, temiendo que si parpadeaba Megumi aprovecharía para saltar.

«Solamente estoy viendo el atardecer, papá, a Sukuna le gustaba verlo hasta el anochecer» Se lo dijo sin quitar sus ojos del cielo, fue la primera vez que lo vió a la orilla del tejado y le gritó que bajara en ese instante, asustado con la idea de que, por acabar con el dolor que sentía, a Megumi se le cruzara por la mente cometer un acto de suicidio. Toji, después de esa confesión, se encontraba más tranquilo, aún así no le quitaba los ojos de encima hasta que estuviera en el interior de la casa.

Esta situación ya no le gustaba, al principio pensó que las cosas entre su hijo y el odioso pelirosa se arreglarían, pero al ver que el tiempo transcurría y que el llanto de Megumi traspasaba la puerta, decidió desistir de la idea. Puede que Sukuna no le cayera del todo bien, pero no iba a negar que su adoración era feliz con él.

Ryomen y Toji eran como el agua y el aceite; no congeniaban, sin embargo, la única cosa que los unía era el amor que ambos le tenían a Megumi, dejaría de lado todas las absurdas discusiones y diferencias que tuvo con el pelirosa, tomando el papel de padre maduro que volvería a traer la felicidad de su pequeño, ahora de manera sana.






Adjunto la imagen que Sukuna y Megumi se tomaron

Artista en Twitter: @Somwang_07

ME IMAGINABA TU Y YO EN PARIS CON LAS FOTOS DEL RECUERDO EN MIAMIIII🎶🎶

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𝐏𝐎𝐒𝐄𝐒𝐈𝐕𝐎; 𝑺𝒖𝒌𝒖𝑭𝒖𝒔𝒉𝒊Where stories live. Discover now