24. El inicio de todo

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"Duele, sigue doliendo..."


Hades.

Mente estuvo conmigo en mis momentos más deplorables. Pero no solo me acompañó, sino que se encargó de crear nuevos conmigo.

Ella me enseñó a levantarme. Me dio fortaleza.

Si no hay registros o algún mito corriente referente al fatídico día, es porque ella jamás lo mencionó. Lo guardó por mí. Y no lo hizo para preservar mi orgullo, sino para que aprendiera de ello. Mente decía que un rey solo crece a través de sus rupturas; ella insistía en eso, cada vez que parecía que quería desistir de todo. Cada que me rendía, Mente tomaba mi mano, recordándome que avanzaría junto a ella.

Todo lo que soy o fui alguna vez, se lo debo a ella.

Ella me hizo recorrer cada recóndito lugar de su hogar, se empeñó en que descubriera el Inframundo que ella tanto amaba. Y costó, y tomó su tiempo, pero cuando finalizamos, no había rincón o grieta que no conociera y del que no tuviera algún recuerdo peculiar.

A pesar de dejarle en claro muchas veces mi profundo rechazo hacia los calabozos del bajo mundo, ella insistió tanto que terminó consiguiéndolo: me llevó al Tártaro. Mente parecía tener amistad con algunos titanes y con monstruos que habitaban en sus oscuras entrañas. Y pude haberlo tomado como traición, pero fui yo el que decidió cubrirla. No era mi enemiga.

Ella solía hablar con las bestias cautivas y hasta jugaba con algunas en busca de liberarlas un poco del tormento al que estaban destinados. Me enseñó a escuchar, a observar: a entenderlas también.

Conocí a los demonios y sus pecados. No para perdonarlos, sino para conocer el mal que radicaba en ellos. Los espíritus y las calaveras guardianas, poco a poco empezaron a tomarme más que confianza. Les inspiraba miedo, pero pronto, cultivaría algo más: respeto.

Fue un gran paso para mí bajar a los infiernos, pero por más que quise intentarlo, enfrentar a uno de mis mayores miedos se me hacía aún más difícil: no era capaz de acercarme a la celda de Cronos. Ella lo entendió, y me prometió que volveríamos solo cuando estuviera listo.

Y lo hicimos, pero tuvo que pasar mucho para que cumpliéramos ese pendiente.

Mente me hizo su compañero de aventuras. Y a mí me encantaba tener el honor de resaltar más que cualquier otro. Íbamos juntos a todos lados y rara vez nos separábamos. Con el paso del tiempo, empezamos a frecuentar nuevos lugares. Paseábamos por los ríos mientras nos sumergíamos en charlas intrínsecas y vagas, pero que por Mente parecían adquirir más profundidad. Ella le daba un enfoque distinto a todo, lo hacía más cómodo, más natural para mí.

La... admiraba.

Mis responsabilidades como rey cada día empezaban a ser más pesadas, se designó un juzgado para emitir juicios a las almas por sus actos y determinar su lugar final, también llegaban nuevos prisioneros por mano de los dioses, solía haber pequeñas confrontaciones entre las hijas de Hécate y estructurar un reino que en el pasado se sostenía por el poder de las antiguas deidades, lo hacía más difícil. Tuve que ausentarme muchas veces a la cumbre, temía que eso afectara de algún modo nuestra amistad, pero Mente era leal.

El palacio dejó de ser un lugar vacío con paredes frías de obsidiana, para convertirse en el confidente de nuestras distracciones. Adoraba sus visitas porque ella conseguía ser el alivio que necesitaba en un mundo donde la muerte era tan repudiada como el dios que la representaba.

—¡Mente! —Ella corría, divertida, admirando a su alrededor, dejando que el viento ondulara su larga cabellera, oscura como la noche. Y yo iba tras ella, persiguiendo su luz.

HADES | Dioses latentes #1 (PAUSADA POR CORRECIÓN)Where stories live. Discover now