25. La reina

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"Tarde, demasiado tarde..."


Hades.

—¿Quién... eres tú?

Su voz era débil, pero no ocultaba lo aterrada que estaba.

No me dio tiempo para responder, porque se desplomó al instante. Al principio no lo noté, pero estaba herida. Sangraba. La habían atacado.

Logré sostenerla antes de que cayera de golpe, la zona en la que la encontré era rocosa y peligrosa y no quise que se hiciera daño. Parecía que había estado huyendo de una quimera, la bestia que había logrado huir del Tártaro, destrozando y causando estragos en su camino. Era bastante peligroso y no medía en atacar a sus víctimas para devorarlas.

Su rugido y el siseo de la serpiente que tenía por cola, se escuchó a mis espaldas. Nos había encontrado, y era mi responsabilidad como rey, cazarla.

Tomé el cuerpo de la mujer misteriosa y salté para ponerla a salvo, esquivando el aliento flameante de la quimera. La tapé con mi túnica, mientras revisaba la gravedad de sus heridas. Afortunadamente no tenía ninguna otra, pero se veía pálida y agotada.

Debía encargarme de ella, o al menos, protegerla.

La bestia gruñía con odio, seguramente me recordaba de las veces que visité su fosa. Parecía estar dispuesta a luchar con tal de deshacerse de mí o cualquier obstáculo que interfiriera su caza. Pero a pesar de su dura resistencia, no era rival para mi fuerza. Mi poder era superior y lo extinguió hasta dejarlo en cenizas, seguido de un asqueroso hedor a azufre que liberó su cuerpo carbonizado.

Una vez terminé con la bestia, regresé con la herida.

No la conocía, pero pude identificar que no era mortal. Su aura era divino, deslumbraba con su extrema belleza e irradiaba candidez: era una deidad.

Yo... quedé deslumbrado ante su encanto. Ella parecía un mundo andante, traía los colores en su piel. Su cabello parecía tocado por un atardecer y vestía flores que la adornaban, brindándole más vida.

Era simplemente radiante, todo de ella era... cautivador. Hechizante.

Emitió un quejido adolorida y recordé que la habían atacado. Y aunque era una divinidad y sabía que pronto se recuperaría, no pude dejarla ahí. No me atreví a abandonarla, al menos yo no haría eso.

Sabía que lo haría a continuación era posiblemente un terrible error, lo sospechaba. Pero en ese momento no lo pensé mucho y solo seguí mis instintos: quería ayudarla.

El trayecto para descender al Inframundo era largo y un camino muy tortuoso, así que invoqué a mis corceles. Con solo un llamado, un carruaje emergió de la tierra siendo tirado por las yeguas inmortales que me regalaron las Keres en mi posesión como rey.

Subí con mucho cuidado para evitar herirla, y una vez listos, di la orden para descender. Las grietas que se abrieron en el prado, se cerraron tras de mí, una vez ingresara a las catacumbas, que se dirigían los caminos al Inframundo.

Llegué lo más rápido que pude a mi reino, y descendí con ella en mis brazos. No pude evitar las miradas curiosas y murmullos que se armaron a mi alrededor, tras verme llevar una figura femenina inconsciente; tampoco me detuve a darles explicaciones, ya sabía que sería en vano, ya que los rumores se dispersaban más veloces que los rayos de Zeus.

Como no conocía un mejor lugar para que pudiera ser atendida, la dejé en mis aposentos. El lugar más seguro e inaccesible para cualquier que residiera en los infiernos. Allí ella estaría bien.

HADES | Dioses latentes #1 (PAUSADA POR CORRECIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora