XI

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LEYENDA
Contado en tercera persona

Por años enteros y décadas incontables, el océano ha guardado muchos secretos. Es cuestión de pensar en lo enorme que es por naturaleza y lo pequeño que es el ser humano en relación con su razón y el tiempo pisando la tierra. Además, ¿Por qué habría de ser interesante un enorme paisaje azul teniendo en cuenta la cantidad de poder que tiene ante el humano? Mejor vivir protegido en la tierra, ¿Verdad? Lejos del peligro y en medio de la ignorancia.

La historia se remonta en unos años atrás; unos demasiados e incontables años atrás. Perdido en el tiempo, indefinido pero lejano al presente, justo en un pueblo a la orilla del mar. El pueblo no es grande, las personas allí dentro tienen la posibilidad de ser conocidos por todos y los secretos no duran ni una vuelta en la esquina, es el arte de una  población pequeña y muchas personas curiosas o aburridas.

Justo en la altura del muelle, una pequeña colina más arriba, en una casa de cemento blanca y tejas rojas, existe un chico, más bien, un adolescente; un joven o simplemente lo definiremos como humano. Su cabello negro liso cae de manera improlija siempre sobre su rostro, su madre ya no gasta saliva en reproches sobre su apariencia y el chico de ojos oscuros nunca fue muy amante de los cuidados físicos, de todas formas.

Un chico normal que adora la playa, nada más que eso. Sus oscuros ojos negros siempre están posados sobre las olas rompiendo en la orilla. Un lápiz en la mano derecha, girando siempre entre sus dedos cuando su cabeza piensa demasiado y un libro en sus piernas mientras descansa en la arena. Al frente tiene la perfecta división infinita entre el cielo y el agua, una línea fina que mezcla dos tonos del mismo color en un contraste precioso. Vida marina y vida aérea. El chico de esta historia amaba cada detalle de la naturaleza.

Sus pies descalzos se metían entre la arena y el único sonido dominante era el del mar. A veces sentía que trataba de decirle algo, susurrándole con las olas algún misterioso mensaje que él, como humano simple y ordinario, no era capaz de captar. Se sentaba horas enteras mirándolo, apreciándolo e imaginando miles de historias con distintos finales y siempre con el mar en dominio de todo.

Y llegó una tarde, donde el cielo alcanzó a tener el mismo color que el agua, pareciendo un paisaje infinito que mostraba el reflejo de la mismísima existencia de uno. El chico de cabello oscuro cambio sus dibujos por textos, creía que el mar ya no trataba de mandarle mensajes específicos, sino que él tenía que aprender a interpretarlos según lo que creía su cabeza. Entonces, mientras una nube gris crecía en el cielo y el agua le mostraba en efecto reflejo su propia ímpetu, el pelinegro dejó que el lápiz danzara en el libro y su mente se nublara en aquel cielo oscuro y la marea amenazante.

Miró el faro, se encandiló en su belleza y en su precioso uso ante los marineros. Una guía, una ayuda, un mensajero. Quizás el pelinegro comenzaba a flotar entre sus propias teorías, métodos y pensamientos, dejando de lado esa pizca de realidad que tanto lo ataba a la vida ordinaria que tenía. Viviendo en una fantasía con sabor imposible y aún así, creyendo cada segundo que esa descripción podía cambiar.

Caminó hacia el faro con el libro en sus manos, imaginando un paisaje donde la marea amenazaba el acantilado donde estaba parado. Donde los marineros de todas partes del mundo buscaban un tesoro impresionante que la tierra misma guardaba bajo llave, y... ¿Dónde guardarías algo preciado conociendo el miedo de tu enemigo? Por supuesto que allí, dónde nunca iría y dónde siempre esperaría no encontrar. En el fondo del mar, un tesoro valioso como miles de vidas y a la vez, literalmente, cargado de ella. Pues no era cualquier tesoro.

El pelinegro, metido en su imaginación, decidió que aquella joya oculta fuera el corazón de algo tan poderoso como el océano. La existencia del mismo, la vida que recibía y el nacimiento de la codicia. Los marineros navegarían hasta las aguas turbulentas con la única intención de robarlo, matarlo, apreciarlo o simplemente experimentar su existencia. Cualquiera fuera la razón de su emoción, el pelinegro decidió, que si ya de por si el humano es invasor de la naturaleza, una guerra debería comenzar para mantener esa balanza en equilibrio.

En las profundidades - [Hyunin] [✓]Where stories live. Discover now