Roja

10 4 0
                                    


Mis pasos apresurados resonaban por los pasillos de aquel lujoso palacio, el sonido de mi respiración parecía llenar el silencio. Veía a la sirvienta que me guiaba hasta mi habitación, pero no parecía estar ahí. Todo me daba vueltas y sentía el temblor de mis manos. Necesitaba esconderme.

- Esta es su habitación - me dijo la sirvienta parándose delante de una puerta y abriéndola para que pasará. Cruce la puerta. La habitación era enorme, más grande que el piso que tenía alquilado en la ciudad. La cama tenía dosel y había un tocador y un escritorio. Al fondo había otras dos puertas. La sirvienta me indico que una daba a un baño privado y la otra a un vestidor. Los vestidos y la ropa bonita no eran para mí, era para chicas normales y ordinarias, aquellas que soñaban con una vida de aventuras y príncipes apuestos. Ni yo era normal, ni tenía una vida ordinaria, ni preocupaciones ordinarias. Encima del escritorio había una ventana. Me asome a la ventana y justo debajo sobresalía una parte del tejado. Bien. Me gustaba observar las estrellas y el cielo nocturno. En cuanto la sirvienta se marchó, me derrumbe sobre la cama y dí rienda suelta a mis emociones. De los ojos me empezaron a caer lágrimas y tenía la respiración alterada. Retirarme. Nunca había creído en esa posibilidad, pero al contrario que los demás yo no encontraba esperanza en esa posibilidad. Vivía para la caza, no tenía ni esperanzas ni sueños, lo único que me permitía seguir moviéndome era buscar la siguiente presa. No tenía nada más por lo que vivir, no tenía a nadie más por quien vivir.

Busque mis dagas y las acaricié lentamente. Mis únicas compañeras y aliadas. Solo ellas eran conscientes de todo lo que había en mi. Pero aunque intentará convertirme en una bestia, no podía negar que era un ser humano y que como tal que necesitaba el cariño y la comprensión de otras personas. No sabía como conseguirlo, no sabía como hablar con el resto de seres humanos. Envidiaba sin duda alguna a los hermanos Hanin, siempre se tendrían el uno al otro, todos sabían que eran inseparables. Y Jack, que podía decir de Jack, era carismático y sabía encandilar a la gente. Nunca estaba solo.

El sonido de alguien tocando a la puerta me sacó de mis pensamientos, de aquello que escondía en el fondo de mi corazón y no contaba a nadie y me levanté. Me enjuague las lágrimas y abrí la puerta. Una sonrisa cubría casi toda la cara de Jack. Por las estrellas, que ganas de quitarle esa sonrisa de un puñetazo.

-Oye, los hermanos Hanin y yo vamos a entrenar, ¿te vienes?- preguntó como si nada. Le mire atentamente unos segundos. El ejercicio físico siempre me calmaba, podía imaginarme que me estaba enfrentando a un licántropo y descargar todo aquello que encerraba en mí misma. Intenté parar el temblor de mis manos pero solo conseguí que fuera menos perceptible. Eso me valía de momento. En pleno entrenamiento podría olvidarme de todo y volver a ser quien era normalmente.

- Está bien. - Dije. Deje que me guiará hasta que llegamos al patio de armas. Estaba desocupado, excepto por los hermanos Hanin, que estaban cambiando las balas normales de sus pistolas con lo que parecían balas de fogueo. Adowal me miro pero su hermano le dijo algo y volvió a centrarse en lo que estaba haciendo.

- Bueno, pues ya estamos todos.- Dijo Jack estirándose.

- Todos no. - Todos giramos la cabeza y vimos al príncipe Samuel, con la mano en la espada. El hecho de poder darle una lección al principito me animó aún más. El príncipe era arrogante y se creía mejor que nosotros, pero la realidad era que él no hubiera sido capaz de sufrir lo que nosotros hemos sufrido. Sonreí.

- Vaya, vaya, el principito se nos une, ¿Venís a mostrar vuestra destreza, alteza? ¿A pavonearos como hacéis con los nobles?- Sabía que aquellos dardos le pondrían furioso. Se consideraba imprescindible, el salvador, pero solo era otro ser humano.

CazadoresWhere stories live. Discover now