Adowal

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Seguí con la mirada a mí hermano cuando se levanto de la mesa. Suspire profundamente. No solía mostrar sus emociones, pero sabía que estaba molesto. Sentí la mirada de Jack.

- ¿Estás bien?- me preguntó. Levante la cabeza para mirarle y me encontré de lleno con sus ojos. Trague saliva y boquee un segundo, pero en seguida me recompuse.

- Sí, bueno, ya sabes cosas de hermanos. - dije encogiendo los hombros. - No hace falta que te preocupes. - Jack se llevo un trozo de la tarta de queso que nos habían servido.

- Bueno en cualquier caso, si quieres mi consejo, deberíais hablarlo. - precisamente por intentar hablarlo estábamos así Jack. Roja se levantó y ambos nos giramos a mirarla. Su plato estaba vacío y no quedaba ni una miga. Sonreí levemente. Por muy salvaje que intentará ser, parecía que le chiflaban los postres.

- Nos vemos mañana.- Con esas palabras se levantó y supuse que se dirigió a su habitación. Por lo que había visto, cada uno teníamos una habitación en el mismo pasillo. Así que mañana sería fácil ponerse en marcha. Mire mi plato y el de mi hermano. Yo me había terminado ya mi tarta de queso, pero mi hermano apenas le había dado unos mordiscos. Sí que debía de estar de un humor de perros, con lo que gustaba la tarta de queso. Podría llevársela a la habitación y aprovechar para disculparme. Jack me volvió a hablar.

- Supongo que nosotros también deberíamos irnos para descansar y preparar la partida de mañana. - Asentí levemente, pero mi mirada seguía en la tarta de queso de mi hermano. Jack se levantó, pero antes de marcharse se me acercó por detrás y me puso una mano dubitativa en el hombro. Me congelé. Más allá de las peleas no tenía contacto físico, él único con el que tenía esas muestras de afecto era con mi hermano. Pero la duda en la mano de Jack, me indicaba que el tampoco estaba demasiado acostumbrado. Pese a los rumores de que pasaba noche sí y noche también con alguien nuevo y que se llevaba a chicos, chicas y cualquier persona que se le pusiera a tiro a la cama. La duda sin embargo me contaba otra historia. Tras unos instantes su mano ya no dudaba, me aferraba el hombro con seguridad y ligereza, y en esos instantes pase de estar congelada a que el corazón me latiera a mil y a que el rubor cubriera mis mejillas. Daba gracias a estar de espaldas de él y a mí piel oscura que hacía que mi rubor fuera más difícil de detectar.

- Adowal, en serio, habla con él, y si necesitas que en algún momento alguien te escuché, estoy aquí, ¿Vale?- Su voz era casi un susurro, haciendo aquel momento más intimo todavía. Asentí levemente con la cabeza.

Jack retiro la manos y por un instante eche de menos la ternura y la calidez de aquella mano. Poco después salió del comedor. Mi mirada y mis pensamientos volvieron al postre de mi hermano y a mi hermano. Cogí el trozo de tarta y me plante delante de puerta de la habitación de Adiel. Primero llame a la puerta con unos golpes suaves para no molestar al resto. Adiel no me abrió la puerta.

- Adiel, soy yo, anda ábreme.- Tampoco me hizo caso. Suspire y apoye la espalda contra la puerta. Me deje resbalar y acabe sentada en el suelo. Apoye la tarta a mi lado. - He visto que no te has comido la tarta de queso y te la he traído, se que es uno de tus postres favoritos. - Tampoco me contestó. - Mira, lo siento, ¿Vale? No quería hacerte sentir mal, ni que te enfadarás, solo quiero que estemos bien. Tú y yo contra todo, ¿Recuerdas? - No abrió la puerta. Me dí por vencida y me fui a mi habitación. Intente dormirme, pero no fui capaz. Me venía a la cabeza la promesa. «Tú y yo contra todo». El día que nos lo prometimos estaba marcado a fuego en nuestra cabeza. Fue el día que empezó nuestra vida como cazadores.

Adiel tenía 14 años y yo tenía 12. Habíamos huído como polizones en un barco de viaje de Yinid. Nuestro padre nos había abandonado por su nueva esposa embarazada. Cuando llegamos a puerto, nos escabullimos y nos escondimos hasta el anochecer. Por entonces llevábamos una pistola cada uno, apenas las sabíamos usar, pero se las robamos a nuestro padre. De alguna manera teníamos que protegernos dos mocosos como nosotros. Con amenazas y suerte, logramos atracar a varios borrachos. No conseguimos mucho, apenas nos daba para comprar una hogaza de pan. A primera hora de la mañana, fuimos a una panadería y compramos una. Nada más comprarla salimos, de la ciudad portuaria y nos internamos en el bosque. Para nosotros, aquella espesura era más segura que los caminos. Nos fuimos comiendo la hogaza poco a poco, bebíamos agua de los arroyos que encontrábamos y hacíamos guardias por las noches. Estuvimos así varios días, caminando sin descanso y ya sin la hogaza de pan. Nos rugían las tripas, y en medio del bosque nos llego un olor de dulces y postres. Mi hermano y yo nos miramos. No nos podíamos fiar de nadie, pero al mismo tiempo no podíamos seguir así. Seguimos al olor y dimos con un claro en el bosque. Allí en medio, una casa hecha de chocolate y golosinas. Recuerdo como la boca se me hizo agua. Iba a acercarme pero Adiel me sujeto del brazo.

- Ya sé que tienes hambre, pero es mejor que esperemos a la noche. - Yo asentí. Era el mayor y no me atrevía a discutirle. Nos escondimos entre los arbustos y ya cuando la luna estaba en lo alto, nos acercamos. La estructura de la cas parecía hecha de galleta, las ventanas de caramelo y toda ella decorada con diferentes golosinas. En ese momento deberíamos habernos dado media vuelta, pero el hambre era mayor que nuestro sentido común. Al fin y al cabo eramos dos niños perdidos y hambrientos, sin nadie que nos cuidará.

Primero nos comimos los adornos más pequeños e incluso nos guardamos algunos para el viaje, pero sabía todo tan bien... Hacia años ya que nuestra familia no podía permitirse comer chucherías, incluso antes del abandono, incluso antes de la muerte de nuestra madre. Seguimos comiendo y al final el cansancio nos pudo a ambos. Nos quedamos dormidos en aquel claro.

A la mañana siguiente, el tarareo de una canción nos despertó a ambos. No notaba la hierba debajo de mí, solo un suelo duro y cuando terminé de despertarme, sentí un agudo dolor en el brazo derecho, cuando me gire solo vi un muñón envuelto en vendas ensangrentadas. Grite horrorizada.

- ¿Ya os habéis despertado? Vaya, parece que sois más resistentes que otros niños y niñas.- La figura que veía a través de los barrotes, se giro y vi a una vieja decrepita. - Hacía tiempo que los niños no se acercaban por mí cabaña, la gente local tiene demasiado cuidado con sus retoños, pero vosotros no parecéis de aquí, ¿de donde sois?- Sus ojos despedían un brillo antinatural. Yo estaba horrorizada no podía decir ni hacer nada.

- ¿Que quiere de nosotros?- pregunto Adiel con la voz severa.

- Oh, veras niño, eso resulta muy fácil: comeros. - Mi hermano mantuvo la vista fija en ella, pero yo solo quería esconderme. - Veréis, la carne de los más pequeños es la más sabrosa y me mantiene viva más tiempo. - La señora nos estudió detenidamente.- Aún así no tenéis mucha sustancia, voy a tener que engordaros.

Pasamos no se ni el tiempo encerrados, nos daba comida, comíamos lo suficiente para mantenernos vivos, pero el resto lo tirábamos. La vieja tenía problemas de vista, nos dimos cuenta al poco, al parecer apenas veía las siluetas, así que montamos un ardid. Cada vez que nos pedía que le dejáramos tocar nuestros dedos para saber cuanto engordábamos, le dábamos un hueso. Así pasamos varias semanas. Hasta que ella se hartó. Un día, abrió la puerta de la celda en la que estábamos y saco a mi hermano. Las lágrimas empezaban a asomarse por mis ojos. intentaba aferrar la mano de mi hermano en un intento de que se quedará conmigo, pero su mirada resultaba serena. Sabía que tenía un plan. Así que le deje marchar. Me quede acurrucada en una esquina. Oía sus voces, después los gritos de la anciana y finalmente unos pasos. Mi hermano asomo la cabeza por la puerta y me ofreció su mano.

-Vamos, antes de que esto exploté. - Le cogí la mano y salimos corriendo al claro. Desde ahí vimos como la casa explotaba y como los restos que quedaron eran devorados por las llamas. Adiel y yo nos miramos.

- Tú y yo contra el mundo, Adowal. - Yo asentí levemente mientras las lágrimas corrían por mi mejilla.

Mi consciencia volvió a la realidad cuando oí un leve golpe. No sabía exactamente de donde procedía, pero parecía de la habitación de al lado. Ya que no podía dormir, me levante, me puse una bata por encima del pijama y me dirigí a la procedencia del ruido.

Toqué la puerta pero está no estaba cerrada, se abrió levemente y decidí entrar.

- ¿Roja? - Pregunte al no verla. La cama estaba deshecha y no había nadie. Una de las ventanas estaba abierta y me asome. Apoyada en el tejado estaba Roja. - ¿Estás bien? Es que he oído un golpe y quería ver si te había pasado algo. - Roja asintió levemente, su mirada perdida en el cielo estrellado. Iba a marcharme, pero algo me detuvo. El recuerdo de ella agitada, casi angustiada aquel mismo día, casi como si fuera frágil. Me asome a la ventana. - ¿Que es lo que te hace dudar? - Aguarde durante unos instantes, ella estaba inmóvil y parecía que el tiempo se había suspendido. Y entonces hablo.

- La simple idea de retirarme, me bloquea. - Lo hizo con voz queda, casi como si me estuviera otorgando alguna sabiduría ancestral. - Soy Roja, la cazadora, si lo dejo, ¿Quién soy?- suspire.

- No tienes porque dejarlo, pero tener un colchón económico siempre viene bien y además... ¿No te parece un reto? Es el encargo más grande que vamos a recibir en toda nuestra carrera.- Sonreí y aunque no la veía, sabía que a Roja ningún reto la paraba. No volvió a hablar y yo me volví a mi habitación. Esta vez sí que sí, caí rendida. 

CazadoresWhere stories live. Discover now