Capítulo 35

976 69 11
                                    

 

La brisa impacta en mi rostro, y cierro los ojos dejando ir un suspiro, mientras mis pies avanzan por la acera. A mi lado se encuentra Darío, también perdido en sus propios pensamientos, esos que aún no ha querido contarme.
 
Camina con lentitud sin fijar su mirada en nada ni nadie. Las personas que nos cruzamos, no pueden evitar mirarlo. Un grupito de adolescentes pasa por nuestro lado, y comienzan a cuchichear y reír, seguramente comentando sobre lo guapo que es. Pero él, no se da por enterado. O al menos eso parece.

Me pregunto que estará pensando, y me pongo en pensar yo misma en lo raro que es haber acabado en un parque. Aunque en realidad no es un parque cualquiera, es uno de los mejores sino el mejor del centro de la ciudad.

De repente no tolero más que haya silencio y se me han  acabado las opciones para pensar y distraer mi mente.

—¿Te encuentras bien?— pregunto repentinamente.

Es la primera vez que salimos a un parque,  y como ya dije, no es el tipo de parque al que acostumbro. Es mucho más bonito, pero aun así, resulta ser más informal que visitar restaurantes y no le acerté con la vestimenta, así que estoy comenzando a sentir bastante frío. Ojalá hubiera sabido que vendríamos aquí, para elegir otro tipo de vestimenta.

Darío me mira, y deja de caminar.

—Tienes frío— dice, comenzando a quitarse el saco.

Quiero decirle que no es necesario, pero antes de que pueda hablar ya tengo el saco sobre mis hombros.

—Gracias—murmuro con timidez.

La prenda huele a perfume de hombre importado, un aroma varonil y caro que sólo podría encontrar en él. Ningún otro hombre que conocí olía tan bien.

—Te hice una pregunta— reitero con tacto.

Seguimos caminando, pero miro de reojo a Darío, esperando su respuesta.

—Confesarte  mis orígenes no fue nada sencillo. Estoy pensando si hice bien, o debí ser más precavido.

Abro los labios formando una pequeña O. Me siento un poco dolida de que esté arrepintiéndose de haber confiado en mí. Pero luego recuerdo que lo he tratado mal tantas veces, y tiene sentido.

—¿Cuántas personas saben sobre ello?— indago.

Una leve sonrisa asoma en sus labios.

—Nadie, sólo tú.

Me detengo en seco y lo observo.

—Yo… no diré nada a nadie— sonrío, mirándolo a los ojos—. Lo prometo.

Me devuelve la sonrisa, y retoma la caminata.

La verdad es que me pone en un compromiso, saber algo tan personal, solamente yo. Quizás sí fue demasiado.

—Nunca encontré alguien que me diera la confianza suficiente para hablarlo. Eres la primera persona que me da esa seguridad. La primera mujer que creo que necesita saberlo, para dejar de rehusarse a ser ayudada— me guiña un ojo—, eres la única que se resiste tanto.

Aprieto los labios.

—Quería poder yo sola— digo bajito, recordando aquellos días en que estaba completamente negada a aceptar algo de Darío.

Él asiente. De repente toma mano, y dice:

—Acompáñame.

Un hormigueo me recorre entera en cuanto toma mi mano, me quedo en las nubes por unos segundos, simplemente siguiendo sus pasos. No podría creer que es mucho mayor que yo, es como si la juventud se hubiera instalado en él, y el paso del tiempo no lo pudiera tocar.

¿Qué necesitas? Where stories live. Discover now