Capítulo 47

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Me doy la vuelta, dándole la espalda a Darío, intentando decidirme sobre qué hacer o que decirle. El lugar en el que quedo yo es incierto ¿Qué debo hacer?

—¿Qué va a suceder con nosotros?— pregunto, volviéndome hacía él—, entonces debo… ¿esperar a que lo soluciones? ¿Y si no lo haces ? ¿Y si te casas con ella?

La sola mención de esa posibilidad llena mis ojos de lágrimas, y ruego que no las note, que la oscuridad de la noche las camufle. Ya lloré demasiado frente a él, no quiero que siga viéndome así.

—Sería muy de poco hombre pedirte que sigas conmigo cuándo el resto de las personas que nos rodean, creen que voy a casarme. Sé que nunca ocultamos lo que hay entre nosotros, esa no es la manera en la que actúo yo. Pero esta vez, comprenderás que mostrarnos juntos, no es conveniente.

Mis ojos escuecen, y siento como esto comienza tomar un camino que no deseo. Era tan bueno para ser cierto. 

—¿Pero lo arreglarás?

Darío sujeta mis manos y deposita un beso en ellas.

—Te prometo que sí; no pienso casarme con Polina.

—¿Y hasta entonces?

Sé que fue claro, ya lo dijo, pero no quiero aceptarlo.

—Hasta entonces no pueden vernos juntos.

Agacho la mirada sintiéndome devastada. Pienso que debería cortar con todo esto, antes de que sea peor para mí. No hay ninguna garantía de que Darío podrá evitar ese compromiso, pero si no logra hacerlo, quién más saldrá perdiendo en toda esta historia,  seré yo.

—No me gusta verte mal pequeña, por favor, regálame una de esas sonrisas preciosas que tienes— murmura él. 

Con suavidad levanta mi barbilla, haciendo que mis ojos observen fijamente los suyos.

—No sé si pueda— digo, sin tener claro a qué me refiero.

No sé si pueda o sonreír, o no sé si pueda continuar con lo que tenemos.

—Inténtalo— me susurra.

Acerca su rostro al mío, rozando nuestras narices, cierro los ojos dejándome inundar por esta sensación, por este hombre que no me pertenece, pero al que acabe deseando tanto que me duele pensar en que todo podría acabar.

Pone sus manos sobre mis hombros, de repente me besa. Me dejo besar, y tardo segundos en rendirme, y corresponder el beso. No puedo no seguir los movimientos que me indica. Todos estos días lo extrañé demasiado, creí perderlo y ahora un beso suyo me devuelve la armonía que creí perdida.

El beso va subiendo de ritmo, convirtiéndose en uno más salvaje. Lo salvaje me encanta, y es el único que puede hacerme sentir este hormigueo que recorre todo mi cuerpo.

Con mis manos acaricio su pecho por encima de la camisa, pero no tolero más y deseo sentir su piel, deseo sentir sus músculos marcados bajo mis dedos.  Deseo sentirlo a él. 

El me besa con suma intensidad, recorriendo mi cuerpo con sus manos, me toma en brazos cargándome, y rodeo su cadera con mis piernas, dejándome que me cargue hasta el sofá.

Estoy a punto de olvidar todo, prefiero olvidar todo y abandonarme en este momento, en el que estamos a punto de estar piel con piel otra vez, pero no puedo hacerlo.

—Espera, no— digo, frenando todo el torrente de sensaciones, y apartándolo de mí.

Él asiente y comienza a abrochar su camisa.

—Te comprendo. No voy a presionarte y tampoco insistiré. Aún sigues molesta.

No sé si molesta, pero dolida, seguro.

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