Capítulo 30

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Tener un trabajo importante en el ministerio le permitió a Tom hacer algunas cosas con las que antes solo soñaba

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Tener un trabajo importante en el ministerio le permitió a Tom hacer algunas cosas con las que antes solo soñaba. Una de ellas fue conseguir un pequeño, pero cómodo apartamento en Londres. Lo hizo muy feliz la idea de tener un lugar para él solo, aunque también pensaba en tener un espacio en dónde compartir con Alyssa cuando se vieran. Otra cosa fue que nunca había podido regalarle nada, pero un día que pasó por una joyería, le compró una sencilla, pero bonita pulsera plateada con algunas piedras brillantes. Aquellos cambios en su vida parecían pequeños, pero eran muy significativos, se sentía varios pasos más cerca de la vida que quería tener.

Alyssa estaba apurada, tomó la primera capa que encontró y bajó casi corriendo las escaleras de su casa. Estuvo a punto de chocar con su padre, que la miró con cara de pocos amigos.

—¿A dónde vas a esta hora? —le preguntó, mientras consultaba su reloj y descubría que ya era casi hora de la cena.

—A Londres —respondió ella—. Adiós, padre.

Antes de que Armand pudiera replicar, salió y desapareció. Lo dejó murmurando quejas sobre su comportamiento en voz baja, y apareció en Londres. Cuánto le gustaba esa ciudad, sus calles, y su ambiente. Buscó a Tom con la mirada, y no tardó en encontrarlo. Al verlo sonrió, y se acercó a él.

—Hola —le dijo—. Espero no haberte hecho esperar mucho.

Él sonrió y la tomó de la mano.

—Hola —saludó—. Me hiciste esperar un poco, pero no importa, yo te esperaría el tiempo que fuera necesario.

Ella se estiró un poco para poder darle un beso corto. Se dirigieron a un restaurante que quedaba a muy poca distancia, se sentaron en una mesa junto a la ventana, y pidieron pasta para cenar y una botella de vino.

—¿Cómo va todo en tu trabajo? —le preguntó Alyssa mientras ponía los codos sobre la mesa y lo miraba con interés.

Él estaba tan feliz de verla, que se quedó mirándola en silencio unos instantes antes de responderle.

—Bastante bien —le respondió—, aunque hay que hacer muchas cosas, y siempre tengo mucho trabajo, pero he aprendido muchas cosas.

—Me alegra que te esté yendo bien.

—¿Y cómo te ha ido a ti con tu familia?

Alyssa suspiró y lo miró a los ojos.

—Padre y yo a penas y nos dirigimos la palabra de vez en cuando, pero creo que ambos estamos bien así. Y en cuanto a madre y Ed, nunca he tenido problemas con ninguno de los dos. Por cierto, Ed te manda saludos.

Tom sonrió, Eduardus era lo más parecido a un mejor amigo que tenía. Incluso de vez en cuando intercambiaban cartas.

—Dale saludos de mi parte cuando lo veas.

Alyssa asintió.

—Lo haré.

Entonces, Tom recordó el regalo que le había comprado, así que buscó en sus bolsillos hasta que encontró la pequeña caja. La abrió sobre la mesa y sacó la brillante pulsera.

—Yo... te compré un regalo —dijo, con un poco de incomodidad, pues no estaba acostumbrado a eso. La sonrisa que apareció en el rostro de Alyssa le hizo pensar en que había elegido un muy buen regalo.

—Sabes que no es necesario —le dijo ella, sin poder ocultar muy bien la emoción que sentía, aunque hubiera recibido muchos regalos, ese era mucho más especial, porque Tom nunca le había regalado nada a nadie—, pero te lo agradezco mucho, es algo muy bonito.

Él también sonrió, ella estiró el brazo y él le puso la pulsera en la muñeca.

Mientras cenaban estuvieron hablando de muchos temas, y se terminaron la botella de vino. Después se dirigieron a donde vivía Tom, a unas pocas calles de distancia de allí. A pesar de no ser muy grande, era un lugar agradable y bastante bien decorado. Tenía una pequeña sala, con un sofá de aspecto cómodo, un sillón y una mesa junto a una de las ventanas. Tras una puerta había una cama, dos mesas de noche, un escritorio y un armario bastante grande. Al entrar, Alyssa se quitó la capa y la dejó en en perchero que había junto a la puerta, mientras miraba a su alrededor, pensando en que era un lugar muy bonito.

—¿Qué piensas? —le preguntó Tom, mientras se quitaba el abrigo y lo dejaba en el perchero.

—Encontraste un lugar muy bonito para vivir —le respondió ella, con una sonrisa.

Él sonrió también.

—Ahora es mucho más bonito porque tú estás aquí.

Ella no esperó más, y lo rodeó con los brazos para después besarlo. Aunque poco a poco se acostumbraban a no verse a diario, y cada uno se ocupaba de sus asuntos, los momentos en los que se veían de nuevo eran mucho más especiales. Él la tomó de la cintura, y se permitió vaciar su mente de todo lo que le preocupaba, se dijo que mientras estuviera allí con ella, no existiría nada más. Serían pocos los momentos que podrían pasar juntos, de manera que había que aprovecharlos al máximo.

Solo dejaron de besarse para ir a sentarse en el sofá, y luego siguieron. La primera vez que se habían besado, muchos años atrás, habían sentido casi lo mismo que sentían en ese momento, solo que se había hecho mucho más fuerte con el paso del tiempo. A Alyssa le gustaba deslizar los dedos entre el cabello de Tom, y siempre que tenía oportunidad, lo hacía. A él nunca le había gustado el contacto físico, ni estaba acostumbrado a eso, pero cuando ella lo tocaba, solo sentía cosas agradables. Ella bajó las manos para abrirle los botones de la camisa y poder acariciar la suave piel de su abdomen. Él buscó el cierre del vestido y lo bajó sin pensarlo dos veces. Luego fue bajando sus labios por el cuello y los hombros, dejando algunas pequeñas marcas de sus besos. Poco después, la ropa estaba en el suelo de la sala, formando un montón junto al sofá. Él se acercó de nuevo a sus labios para seguir besándola mientras sus manos le acariciaban suavemente los pechos, moviendo los dedos sobre los pezones, haciéndolos endurecerse. Entretanto, ella subía y bajaba las manos por su abdomen, hasta encontrarse con aquella firme erección. Cerró la mano en torno a ella y comenzó a moverla arriba y abajo muy despacio. Él dejó escapar un gemido contra sus labios, pero siguió acariciándola y besándola. Luego bajó la mano hasta el vértice de sus muslos, descubriendo lo húmeda que estaba. Se miraron a los ojos un momento y sin palabras se dijeron que no había que prolongar más la situación, de manera que ella se acomodó sobre el regazo de él, y con un solo movimiento de sus caderas, lo introdujo por completo. Él la rodeó con los brazos, y comenzó a moverse al mismo tiempo que ella, mientras repartía besos suaves por sus pechos. Poco a poco, iban aumentando la velocidad de sus movimientos, y todo lo que se escuchaba, era el choque impetuoso de sus cuerpos, que ya estaban tan acostumbrados el uno al otro.

Cuando hubo terminado, salió de dentro de ella, y se quedó observándola, mientras los dos intentaban que su respiración volviera a la normalidad. Después la tomó en sus brazos y la llevó a la habitación. Se acostaron juntos en la cama, ella recostó la cabeza sobre su pecho y él la rodeó con un brazo.

«Ojalá pudiéramos quedarnos así para siempre —pensó Tom, mientras la miraba a los ojos y ella le acariciaba la mejilla—. Todo es perfecto cuando estamos así».

𝙾𝚜𝚌𝚞𝚛𝚊 𝚊𝚍𝚒𝚌𝚌𝚒𝚘́𝚗 || 𝚃𝚘𝚖 𝚁𝚒𝚍𝚍𝚕𝚎Where stories live. Discover now