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Llovía.

Ahí estaba el indefenso y débil cuerpo del menor de trece años de edad. Un niño huérfano y con una vida de mucho sufrimiento. Un azabache llamado: Ryūnosuke Akutagawa.

Desmayó de hambre, de frío, de sed. Estaba en medio de los arbustos y del lodo, como un cuerpo casi inerte en la oscuridad, mojándose con el agua que tanto odiaba, la de la lluvia.

— ¡Papá Oda! ¡Mira esto! ¡Dazai-san! ¡Chūya-san! ¡Hay un niño muerto entre los arbustos!

Anunció Atsushi, de once años de edad, quien estaba al cuidado de los tres: Dazai, Chūya y Oda, aunque sólo era hijo biológico de Sakunosuke Oda, de veintisiete años.

Se acercaron, y ahí estaba él: parecía un muerto. Dazai derramó lágrimas que no pudo evitar, y que pronto limpió. Se acercó al flaco cuerpecito y lo levantó en brazos luego de checar sus signos vitales: estaba vivo.

— ¡Chūya, Odasaku! ¡Él sigue vivo! Yo... Lo llevaré al hospital. No quiero que siga pasando cosas terribles, como yo.

Mi Maestro, Mi Padre, Mi AmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora