Capítulo 4

1.3K 210 49
                                    

"Necesitaba a alguien que entrara a su infierno. Cuando lo hice, me convertí en su Lucifer"


-¿Quieres más?- pregunto. Ella hace una mueca así que retiro la comida de su boca. Me levanto de mi silla para verla, su mirada se queda perdida en la ventana.

Después de la muerte de mi padre, de que le dijeran que tiene depresión...cayó en cama sin ganas de nada.

—Trabajaré hoy hasta tarde, no haré ruido cuando llegue. —Ella me mira para asentir lentamente, le doy una sonrisa pequeña para despedirme.

Dejo el plato en el fregadero, subo de nuevo para tomar mi bolso y el abrigo, el cual me coloco y bajo. Abro la puerta principal viendo a un hombre en traje.

—Buenas noches, el señor me mandó a buscarlo. — Esto ya me asustaba.

Me lleva hasta la camioneta, entro en ella en silencio. El hombre me mira por el espejo mientras que otro se sienta en su lugar. Me coloco el cinturón y ellos arrancan.

De forma curiosa intento estar pendiente a lo que los dos hombres dicen, pero quedo igual de confundido que al principio.

¿Por qué deben recoger un cargamento en la madrugada?

Mi pie sube de arriba abajo dejando notar mis nervios, miro el reloj en mi mano.

Ni siquiera eran horas de estar en la calle. Lo bueno de todo es que podía pedir un taxi al volver.

—Ya llegamos señorito. — El primer hombre apaga la camioneta, el otro sale para abrirme la puerta. Me ayuda a bajar, mis piernas tiemblan ante el suelo y los pequeños tacos de mis botas.* El hombre me ayuda a llegar a una superficie sólida, me hace una seña para entrar y lo hago.

Era una mansión...

Una grande, brillante y muy hermosa.

— ¿Te gusta?— Pego un salto cuando las puertas se cierran detrás de mí y se escucha su voz a mis espaldas.

—Es...demasiado grande. ¿Cuántos viven aquí?— Mi cabeza se mueve buscando a alguien. El me deja atrás, por lo que me muevo tratando de llegar a su lado.

—Solo vivo yo. — Dice. Miro por la ventana la cantidad de hombres en su jardín.

—No has de dormir sintiéndote tan seguro...—murmuro. El mira a donde yo miro con burla.

—Soy alguien...que se preocupa por su seguridad. — Se acerca a mí, su mirada escanea todo mi cuerpo.

— ¿Qué miras?— Pregunto. El coloca sus manos en mi cintura, una de ellas se acerca al seguro de mi abrigo jalando la cinta de este.

—Analizo las posibilidades de que tengas un arma en tu abrigo, los donceles* son los mejores asesinos... ¿lo sabías?— Desliza el abrigo por mis hombros provocando que caiga hasta mi cintura.

—Verte una vez, es el destino. Verte dos veces, es casualidad. Verte tres o cuatro, ya es extraño...— Alzo una ceja, miro el lugar con una sonrisa. —No hay ninguna fiesta, ¿verdad?— Sonríe, toma mi mentón para hacerme mirar a mi derecha. Hay una mesa llena de comida y licor.

—Nosotros seremos la fiesta. — Toma mi mano para jalar de ella hasta aquella elegante mesa. Deja mi abrigo y mi bolso en algún lugar, y yo simplemente me quedo de pie con mi ropa que uso para bailar; una que no deja nada a la imaginación, de cierta forma.

El Rey de la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora