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Oficialmente estoy siendo ignorada.

—Luces molesta —Comenta Ty, revisando unas bufandas de colores espantosos—. No arrugues la cara, te ves fea.

—Tú eres feo —Es mi muy madura respuesta. Miro de reojo mi teléfono de nuevo y suspiro.

Ha pasado una semana desde la cita, una semana desde que Nain desapareció de mi vida, y no he recibido ninguna señal de que planee reaparecer.

Le mandé dos mensajes el martes, preguntando cómo estaba, y ni un "visto" recibí. Intenté no sentirme mal pero... A nadie le gusta ser ignorada.

Tomen nota: los mensajes se responden, incluso si es tres semanas más tarde, los responden de todas formas.

—Qué elocuente —Se burla, tomando unos lentes de sol con forma de estrellas—. ¿Cómo me veo?

—Como la dueña de un burdel muy, pero muy, malo.

Rueda los ojos y, con un gruñido de frustración, deja las cosas en su lugar.

—Hoy eres tan agradable como una leona en celo.

—¿Disculpa?

—Ya sabes, las leonas en celo les muerden las pelotas a los leones para tener sexo. Tú me muerdes las pelotas.

Una señora de unos sesenta años pasa junto a nosotros y nos mira escandalizada antes de seguir su camino.

—Solo que no quieres sexo, quieres a tu hebreo adicto al café. Y cómo no le puedes morder las pelotas a él, me las muerdes a mí.

Sin querer, en mi cerebro aparece una imagen mental de las pelotas de Nain.

De repente hace calor.

—Tu lógica es horrible.

—¿Pero estoy equivocado? —Cuando no respondo, su sonrisa crece—. Instinto de madre no falla.

—No eres una madre.

—¿Acaso no sabes que ser madre es un estado de mente? —Exclama, ofendido. Ruedo los ojos.

—Estoy bastante segura de que la ciencia, las parteras y millones de mujeres a lo largo de la historia no están de acuerdo con esa declaración —Me mira detenidamente, intentando trasmitirme telepáticamente sus ideas.

Nunca desarrollamos telepatía, lo cual es decepcionante, pero sé lo que quiere decirme.

—Si extraño a Nain, pero estoy dándole su espacio —No quiero que sienta que lo presiono, no quiero... No sé—. Esto de las relaciones es difícil.

—¿Están en una relación?

—No... —Aun, quiero agregar, pero no sé si eso llegue a pasar—. Pero me gusta. No debería ser complicado si me gusta, ¿cierto?

Está vez, él suspira con dramatismo.

—En lo que respecta a interacción humana eres un feto.

Primero soy una leona, y ahora un feto. Quiero exigirle que se decida de una vez pero se da media vuelta y sigue buscando ropa de dudoso gusto.

Tomo una camiseta de rayas rosadas y naranjas horrible, de verdad tan fea que quema mis ojos, y medito la posibilidad de comprarla para pijama.

Aprecio lo que Ty hace. Me sacó de la cafetería para que me distrajera, pensase en cualquier cosa que no fuese el hecho de que fui... ¿Qué fui? Plantada, eso. Fui plantada e ignorada.

De verdad quiero darle su espacio a Nain, porque creo que es lo que debo hacer, pero no sé mucho de estas cosas, y no sé mucho de él tampoco, así que estoy obrando con los ojos cerrados, esperando no cometer ningún error.

Desearía que existiese un manual que ayudase a los idiotas como yo a enfrentarse a situaciones como estas. Yo compraría 3 copias, solo por si acaso.

Dejo la camiseta en su lugar y miro hacia la puerta donde un padre lleva de la mano a sus dos hijas, y mi mente se distrae y se eleva hacia un lugar aun más gris.

Mi hermana hoy estaría cumpliendo veintiséis... Si estuviese viva, obviamente.

Pero no lo está, y por eso siempre tendrá once años.

Intento recordar los rasgos de Florence, sus mejillas redondas, su cabello negro, sus ojos grises... Intento recordar ese rostro que amé y adoré de niña, y lo intento imaginar a una edad adulta.

Y no puedo, no puedo verlo, porque ella murió y nunca será una adulta. y una ilusión de mi mente no cambiará eso, no cambiará que tendrá once por siempre.

Una parte de mi cerebro, nublada por el recuerdo, se pregunta si acaso el hecho de que mi hermana no envejecería contribuyó a que mi madre enloqueciese, pero bloqueo esos pensamientos.

Francisca dejó de ser mi madre hace años.

—Creo que iré al café —Le digo a Tyler, alejando la mirada del padre y sus hijas—. Hoy llegaba una carga de café colombiano.

—Eres una horrible mentirosa —Señala sin verme. Al pasar junto a él, le da un apretón a mi mano—. Escríbeme cuando llegues.

No necesito más que eso. Ni abrazos, ni palabras amables, ni nada. Ty siempre entendió que en lo que respecta a mi mente solo necesito estar sola.

Osavia está, como buen comienzo de noviembre, helando. De verdad, tan frío que me sorprende que no esté cayendo nieve.

Pero en Osavia no nieva, solo llueve de forma torrencial y hace mucho, demasiado, frío.

Y pensar que a cuatro horas está Catacan, que debe tener una temperatura bastante más alta, y debe haber sol alumbrando el día, no estas nubes grises que parecen tragarse todo.

Creo que es bastante evidente que disfruto de los días soleados, y que el invierno es el enemigo público número uno.

He aquí las razones para odiar el invierno: 1) Frío. 2) El frío me congela los pies. 3) El frío me congela el culo. 4) Mis tetas se achican con el frío. No sé cómo es físicamente posible, pero pasa.

Así que estoy sufriendo por el frío, pensando en todas las mierdas con las que debo lidiar, intentando no pensar en mi hermana, y realmente esperando llegar a recibir el encargo de café, cuando, oportunamente, veo en la vereda de al frente al rubio borrachín.

El mejor amigo de Nain, Graham.

Y obviamente, como siempre que veo a alguien conocido en la calle, me acerco a saludarle.

No es, en lo absoluto, porque busco respuestas sobre lo que pasó con Nain. Y, por supuesto, tampoco es porque él conoce al chico mejor que nadie y podría ayudarme.

Por supuesto que no es por eso.

Es solo amabilidad. 

♡♡♡

Recuerden seguirme en redes sociales para adelantos 💝

Amarán el próximo capítulo... 

Un Café al AtardecerWhere stories live. Discover now