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Para sorpresa de Amanda, el contrato que le hizo llegar Jack Devlin a su casa no se lo trajo un mensajero, sino el propio Oscar Fretwell. El gerente se mostró tan entusiasta como ella lo recordaba, con una expresión cálida y amistosa en sus ojos color turquesa y una sincera sonrisa. Su pulcro aspecto impresionó sobremanera a Sukey, y Amanda tuvo que reprimir una sonrisa al ver cómo la doncella lo inspeccionaba a conciencia y con todo descaro. Estaba segura de que Sukey no pasó por alto un solo detalle, desde el cabello rubio y bien cortado, brillante como una moneda de oro recién acuñada, hasta las punteras de sus relucientes zapatos negros.
Sukey, con gran teatralidad, condujo a Fretwell a la salita, mostrando la deferencia que habría prestado a una visita de la realeza. Ante la invitación de Amanda, Fretwell tomó asiento en una silla cercana y abrió la cartera de cuero marrón que llevaba a un costado.
—Su contrato — dijo, extrayendo un gran fajo de papeles, el cual agitó con gesto triunfante—. Lo único que falta es que usted lo lea y lo firme. Sonrió como si pidiera disculpas cuando Amanda tomó el grueso taco con expresión de sorpresa.
—Nunca he visto un contrato tan extenso — dijo en tono irónico—. Esto es obra de mi abogado, sin duda.
—Después de que su amigo el señor Talbot terminó con todos los detalles y estipulaciones, resultó un documento inusualmente concienzudo.
—Lo leeré sin demora. Si todo está bien, lo firmaré y lo devolveré mañana por la mañana.
Lo dejó a un lado. Estaba sorprendida por la emoción que sentía, emoción que no había esperado sentir ante la perspectiva de escribir para un sinvergüenza como Jack Devlin.
—Debo transmitirle un mensaje personal del señor Devlin — dijo Fretwell, cuyos ojos verdiazules brillaron tras sus impolutas gafas—. Me ha dicho que le diga que se siente herido por su falta de confianza en él.
Amanda se echó a reír.
—Es tan digno de confianza como una serpiente. En lo relativo a los contratos, no pienso dejar un solo detalle sin concretar, o de lo contrario se tomaría alguna ventaja.
—¡Pero señorita Briars! — Fretwell parecía asombrado—. Si es ésa la verdadera impresión que tiene usted del señor Devlin, puedo asegurarle que se equivoca. Es un hombre estupendo. Si usted supiera...
—¿Si supiera qué? — Preguntó Amanda, enarcando una ceja—. Vamos, señor Fretwell, dígame qué es lo que encuentra tan admirable en Devlin. Le aseguro que su reputación no le hace ningún favor, y aunque es cierto que posee un cierto encanto escurridizo y astuto, hasta el momento no he detectado signos de personalidad ni de conciencia. Siento curiosidad por saber por qué opina usted que es un hombre estupendo.
—Bueno, le concedo que el señor Devlin es exigente, pero siempre es justo, y recompensa de forma muy generosa el trabajo bien hecho. Tiene un poco de mal genio, debo admitirlo, pero también es bastante razonable. De hecho, tiene mejor corazón de lo que a la gente le gusta creer. Por ejemplo, si uno de sus empleados enferma durante un período de tiempo prolongado, el señor Devlin se encarga de garantizar que su puesto de trabajo le esté esperando cuando regrese. Y eso es más de lo que hacen muchos patrones.
—Usted lo conoce desde hace algún tiempo — dijo Amanda con un deje interrogativo en la voz.
—Sí, desde que íbamos a la escuela. Al graduarnos, unos cuantos chicos y yo vinimos con él a Londres cuando nos dijo que tenía la intención de convertirse en editor.
—¿También compartían el mismo interés por el negocio editorial? — inquirió Amanda en tono escéptico.
Fretwell se encogió de hombros.
—No importaba de qué negocio se tratara. Si Devlin nos hubiera dicho que quería ser jefe de los muelles, carnicero o pescadero aun así habría querido trabajar para él. Si no fuera por el señor Devlin, todos llevaríamos una vida muy distinta. De hecho, pocos de nosotros continuaríamos vivos de no ser por él.
Amanda procuró disimular su estupefacción al oír aquellas palabras pero notó que se le aflojaba la mandíbula.
—¿Por qué dice eso, señor Fretwell? — Le fascinó comprobar que el gerente de pronto parecía incómodo, como si hubiera desvelado mucho más de lo que debía.
Sonrió con arrepentimiento y contestó:
—El señor Devlin concede una gran importancia a su intimidad. No debería haberle contado tanto. Por otra parte... tal vez haya unas cuantas cosas que debería usted comprender acerca de Devlin. Se ve a las claras que él le ha cobrado un gran aprecio.
—Tengo la impresión de que siente aprecio por todo el mundo — replicó Amanda tajante recordando la naturalidad que mostraba Devlin con otras personas en la cena del señor Talbot, el gran número de amigos que reclamaban su atención.
Y, desde luego, se llevaba a las mil maravillas con el sexo opuesto. No se le habían escapado los revoloteos y las risitas de las invitadas de la fiesta cuando estaban en su presencia, emocionadas por la más mínima atención que recibían de él.
—Eso es una fachada — le aseguró Fretwell—. Le resulta adecuado para sus fines mantener un amplio círculo social de amistades, pero le gustan pocas personas, y se fía de aún menos personas. Si conociera su pasado, no se sorprendería.

INIGUALABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora