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Los familiares de Amanda no se alegraron en absoluto cuando supieron que no iba a acudir a Windsor para lo que restaba de las vacaciones. Dieron a conocer su disgusto mediante un aluvión de cartas que Amanda declinó contestar. Por lo general, se habría tomado la molestia de hacer que volvieran las aguas a su cauce, pero a medida que iban pasando los días, no lograba encontrar las fuerzas necesarias para hacerlo. Toda su existencia se centraba ahora en Jack Devlin. Las horas en las que estaban separados transcurrían con una insoportable lentitud, en tanto que las noches pasaban volando en un dulce frenesí. Jack iba a verla al caer la noche y se marchaba justo antes del amanecer, y cada hora que pasaba entre sus brazos le servía sólo para ansiar más de él.

Jack la trataba como ningún hombre la había tratado nunca, no la consideraba una resignada solterona sino una mujer cálida y apasionada. En aquellas ocasiones en las que a Amanda le podían sus inhibiciones, él le tomaba el pelo sin piedad y le provocaba un estallido de genio que ella jamás hubiera creído posible. En cambio, había otras veces en las que Jack cambiaba de estado de ánimo y dejaba de ser un canalla burlón para convertirse en tierno amante. Era capaz de pasar horas abrazándola y acariciándola, haciéndole el amor con exquisita dulzura. Durante esas ocasiones, parecía comprenderla con una claridad que llegaba a asustarla, pues parecía poder leer el fondo mismo de su alma.
Tal como lo habían acordado, Jack la obligó a leer determinados capítulos de
Los pecados de Madame B. y disfrutó sin disimulo al comprobar la incomodidad que le producía a Amanda tener que llevar a la práctica algunas escenas concretas.
—No puedo — dijo una noche con voz ahogada, al tiempo que subía las sábanas para tapar su sonrojo—. Simplemente, no puedo. Elige otra cosa. Haré lo que sea, excepto eso.
—Me prometiste que lo intentarías — le replicó Jack con los ojos brillantes de diversión, tirando de las sábanas.
—No recuerdo nada de eso.
—Cobarde. — Jack la besó en lo alto de la espalda y fue descendiendo por la columna vertebral. Amanda lo notó sonreír—. Sé valiente, Amanda — le susurró—. No tienes nada que perder.
—¡Sólo el respeto por mí misma!
Trató de zafarse, pero él la sujetó y le mordisqueó con delicadeza en el sensible punto que tenía entre los omóplatos.
—Sólo inténtalo — la engatusó—. Primero te lo haré yo a ti. ¿No te gustaría eso? — La volvió boca arriba y la besó en su tembloroso vientre—. Quiero saber a qué sabes — murmuró—. Quiero meter la lengua dentro de ti.
Si fuera posible morirse de humillación, Amanda habría expirado allí mismo, en aquel momento.
—Quizá más adelante — dijo—. Necesito un poco de tiempo para acostumbrarme a la idea.
En los ojos de Jack se mezcló el ardor con una silenciosa carcajada.
—Tú decidiste limitar nuestra relación a tres meses. Eso no nos deja mucho tiempo. — Su boca jugueteó alrededor del pequeño círculo que formaba el ombligo, el calor de su aliento se proyectaba sobre el hueco del mismo—. Un beso — la instó, al tiempo que separaba con un dedo los rizos de entre sus muslos para ir a posarlo en aquel punto de sorprendente sensibilidad—. Justo aquí. ¿Será demasiado para ti soportar eso?
Ella emitió un sonido de impotencia al notar el contacto de aquel dedo.
—Sólo uno — dijo insegura.
Jack bajó la cabeza, y Amanda sintió cómo sus dedos se movían a través de aquel vello elástico, abriéndolo con delicadeza. A continuación abrió la boca y empezó a investigar con la lengua en una caricia circular. Amanda acusó el tirón de un intenso placer en cada uno de sus miembros, todos sus nervios gritaron pidiendo más, todo pensamiento coherente quedó hecho pedazos ante la visión de la cabeza de Jack entre sus muslos.
—¿Quieres más? — le preguntó él con voz ronca, y bajó la cabeza de nuevo antes de que ella pudiera negarse.
Su boca volvió a tocarla, a humedecer aquella carne ávida, acariciando sondeando con la lengua, de un modo delicado aunque muy hábil. Jack volvió a pedirle permiso sencillamente hizo lo que se le antojó, acomodándose entre sus piernas con un suspiro de placer mientras ella gemía, se tensaba y temblaba.
Experimentó entonces un despliegue de sensaciones en su interior que se extendieron veloces por todas sus venas. Permaneció abierta de brazos y piernas debajo de Jack mientras su cuerpo accedía con avidez al dulce tormento de su boca. El ritmo iba aumentando, lanzándola cada vez mis alto, hasta que perdió toda esperanza de controlar los salvajes gemidos que surgían de su pecho.
Sintió la lengua de Jack introducirse dentro de ella, una acometida húmeda, repetida que le hizo alzar las caderas una y otra vez de forma impulsiva sin poderlo remediar. Luego lo sintió regresar al tierno capullo de su sexo y succionarlo con los labios al mismo tiempo que penetraba con un dedo en el canal mojado que se abría entre sus muslos. Allí acarició la resbaladiza superficie interna hasta que Amanda suplicó clemencia, hasta que los dos supieron que ella permitiría cualquier cosa, todas las cosas que él quisiera hacerle.
Jack deslizó un segundo dedo al interior de su cuerpo, y empujó bien hondo en busca de un punto de insufrible sensibilidad. Entonces comenzó a frotarlo y acariciarlo al tiempo que incrementaba la presión de su boca. Sus caricias eran regulares y rítmicas. Amanda terminó sollozando y gimiendo en una explosión de puro éxtasis.
Minutos más tarde, Amanda le permitió a Jack que la colocara encima de su cuerpo, de manera que descansara sobre un alargado plano de músculos.
—Debes de haber tenido muchas aventuras, para ser tan habilidoso — murmuró, experimentando una aguda punzada de celos al pensar en ello.
Jack enarcó las cejas, sin saber muy bien si se trataba de una crítica o de un cumplido.
—En realidad, no — respondió jugueteando con su cabello, esparciéndolo sobre su propio pecho—. La cuestión es que soy bastante perspicaz en estos asuntos. Además, he estado tan enfrascado en mi trabajo que no he tenido demasiado tiempo para aventuras.
—¿Ni para el amor? — Amanda se incorporó un poco apoyándose en su pecho y lo miró fijamente a la cara—. ¿Nunca te has enamorado de nadie?
—No hasta el punto de permitir que interfiriese en mis negocios.
De pronto, Amanda se echó a reír, y alzó una mano para retirarle del frente un mechón de pelo negro.

INIGUALABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora