Capítulo 19. Fortaleza

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Las siguientes noches son duras.

Las tormentas no cesan en quince días. Después de un breve período de sequías en las últimas semanas, los líderes de la tribu toman muy bien el chaparrón, y ordenan un aislamiento colectivo colmado de meditación y rezo para apoyar a la tierra a reponerse de su aridez. El clima en Targón siempre ha sido hostil, pero el cielo ruge con inusual violencia cuando, afectados también por las medidas, Sett y Aphelios se encierran en la cueva de uno u otro.

—Hay alguien intentando subir —comentó el Chico Luna, en una ocasión.

—¿Subir?

—La montaña concede deseos a los dignos de escalarla. A los indignos, los sepulta bajo su coraza.

Settrigh se ve forzado a detener su exploración por los riesgos de un derrumbe, y por órdenes del Segundo Triunvirato los patrullajes del Arma de los Adeptos se limitan a solo aquellos predichos por la Vidente. La compañía mutua se vuelve aún más habitual: madrugadas tranquilas, tardes de entrenamiento a dueto, anocheceres de cenas cálidas. Charlas de todo un poco: el clima targoniano, la gastronomía joniana, planes de nuevas rutas de excavación, teorías del Reino Espiritual y su funcionamiento.

Pero del asunto no hablan, nunca.

Solo... pasa. No hay acuerdo explícito para lo que empiezan a hacer.

Junto a las tormentas, llegan noches inquietas en donde los límites entre la realidad y el mundo onírico se difuminan con increíble facilidad para el Arma de los Adeptos, que despierta alterado, presa del pánico y la angustia, tanteando el suelo en búsqueda de cualquier cosa que le sirva para defenderse de un Hombre que lo desgarra mentalmente: acusándolo de traición, murmullando amenazas, dictaminando maldiciones para su pueblo, ejecutando a su hermana mientras él se queda ahí, queriendo gritar, y atacar, y correr, y sin poder y, y....

Y al final, lo único que consigue es a Sett, quien se arrastra hasta su lecho zarandeándolo un poco antes de besarlo.

Brusco al principio, el contacto actúa como un conducto para centrar al más perdido de ellos, que cuando reacciona y corresponde lo hace igual de impetuoso, salvaje, bebiendo desesperado cada vestigio de realidad en su compañero. Estampa su boca en la contraria como si esperara encontrar allí la calma a la caótica tormenta que es afuera; o adentro, en el corazón intranquilo por las vívidas imágenes de una masacre. Siempre llueve, siempre truena, dentro y fuera.

—Soy yo, Chico Luna, soy yo —repite como mantra el joniano, cada que puede, porque Aphelios no le permite separarse ni un centímetro.

Y cuando los movimientos frenéticos menguan, el contacto se torna irremediablemente suave. Ni cuando Phel ya es consciente dejan de besarse; se acurrucan y moldean al cuerpo del otro, entrelazando piernas y brazos bajo las sábanas. Se miman durante largos minutos, concluyen abrazados, y ambos se duermen poco después de ese intercambio.

Intercambio que ha sucedido cada noche desde su tercer asunto. Si los dos primeros asuntos pueden llamarse casualidad, por supuesto que el tercero no lo fue; ni el cuarto, ni el quinto, ni todos a los que estos le proceden. No hay acuerdo expreso, ni mucho menos una conversación de ello en la mañana siguiente, cuando fingen olvidar y el tema principal al alba es quién hará el desayuno y qué tal está el clima hoy. Ningún hecho extraordinario ha ocurrido aquí, sí, sí.

Así que así perdura, porque las pesadillas no acaban, ni el pánico o las tendencias rescatistas. Así que los días pasan, pero los besos no.

El patrón sigue igual... hasta la primera tarde en que las tormentas cesan, y la situación se descontrola:

Noctum y Dyrium (Settphel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora