2.

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«Será cuando tenga que ser, pero si es, que sea para siempre.»

Chaterine.

El olor a cigarrillo y alcohol recorría toda la habitación en el pequeño bar de Blatty. Todo ya era común en este lugar, las risas, los llantos, la música e incluso los gemidos. Lo único nuevo son algunos clientes que simplemente vienen a tomar algun tragó o incluso algo para comer. Sin embargo, todo aquéllo era lo que menos me importaba, mi trabajó aquí era servir los tragos, hacer algunos platillos y entregárselo a las meseras. No tenía que mirar ningun rostro nuevo, más que el de mis compañeros de trabajo.

Y me gustaba, la cocina era tranquila y llena de risas con las personas que son, sin duda, mayores que yo por mucho. Pero tampoco me importaba. Eran buenas personas y sabía que si necesitaba algun concejo ellos me lo darían. Amaba mi trabajó, amaba lo que hacia en este y la paga no era para nada mal.

Hasta hoy.

—¿Qué quiere decir con qué tengo que ser mesera?—Un pequeño gemido salió de mis labios al decir la última palabra. No es como si odiara a las meseras, ellas son demasiado simpáticas y la mayoría de ellas eran divertidas pero, yo nunca serviría para ser una.

—Sé que esto es nuevo para ti Chaterine pero necesito que salgas y ayudes a las chicas allá afuera. Juliette tuvo que irse por un...tiempo y necesitó un remplazo.—Mí jefe suspiro al ver la expresión en mí cara.

—P-pero ¿que pasará con la cocina?—Tragué saliva, irritada en todo lo que Blatty (mí jefe) me estaba metiendo.

Maldito viejo barbudo.

—Tu no te preocupes por la cocina. Ahora necesito que vayas allá atras, te pongas ese traje de mesera y salgas allá afuera a antender a los comensales.—Suspire por milésima vez.

—Sólo será por un día, ¿cierto?—Pregunté, mordiendo mí labio.

—Por s-supuesto.—Tartamudeo—Vamos Dakota, ayúdame en esto.—Sus ojos demostraban esperanza, él sabía mejor que todos que yo era la única que lo podría ayudar. Y odiaba aquéllo. Odiaba cuando la gente me hacía sentir mal, porque ellos sabian - casi todos - que yo cairia en su trampa.

Asenti y di medía vuelta para empezar a caminar hacía la salida de la oficina. Si no fuera mi jefe, ya lo hubiera golpeado justo en la cara, pero ignoré el hecho que me había llamado Dakota.

Nadie podía llamarme de esa manera, a menos que sea mi hermano, o mi mamá. Ese nombre era como nuestra cosa familiar. Ni si quiera sabía como mi jefe sabia mí apodo. Me estremecí, viejo raro.

****
El traje de mesera me quedaba ajustado, demasiado para mí gustó. Cuando miré al espejo, podía ver perfectamente mí  cuerpo completo, mí trasero resaltaba mucho en ésa pequeña falda color amarilla, y mí busto se veía un poco más grande gracias a la blusa cafe y blaco, que tenían un pequeño encaje dentro de estos—y por cierto tenía un gran escote.

Amarre mi cabello en una cola alta y empecé a caminar hacía la cocina, por donde luego tenía que salir a donde toda la gente comía, reía y tomaba con cierta moderación.

Reí, moderación no era justamente la palabra correcta en este casó.

Caminé por la cocina y vi la espalda y cabello canoso de aquéllos viejos que siempre me hacían reír como estúpida.

—Los extrañare chicos.—Bob y Bard giraron al mismo tiempo cuando escucharon mi pequeño susurro.

—¡Que linda estas!—Bob se burló.

—Te ves ridícula en ese traje, pequeña.—Esta vez fue Bard el que río. Rodé los ojos. Podían ser unos hijos de puta cuando se lo proponían.

Photograph |h.s|Where stories live. Discover now