6.

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«¿Sabes donde está el infierno?
En tu mente.»

Chaterine.

Un olor no muy agradable llego a mis fosas nasales, haciéndome gruñir. Un dolor espantoso en mí cabeza me hizo abrir los ojos un poco, y respirar profundamente. Lleve una de mis manos hasta mi nuca, para que de alguna mera el insoportable dolor se fuera. El sonido de unas cadenas moviéndose al mismo tiempo en el que mi mano lo hacia, hicieron que algo en mí pecho doliera, entonces fue cuando abrí mis ojos por completo, observando lo que me rodeaba. Mis pupilas analizaron el lugar de apocó, encontrándome con cuatro pequeñas paredes hechas de una madera muy vieja, y decía vieja, porque estas estaban rasgadas y en un mal estado, el color cafe que, supuse, alguna vez tuvieron, desaparecía cada vez más, convirtiéndose en un color gris, muy opacado y sin vida. Miré hacia mis manos y pies, los cuáles estaban atrapados entre el frío metal de unas cadenas, que hacia mi movilidad casi nula. Estaba sentada en una cama, una pequeña, que tenía las sabanas más sucias que alguna vez pude ver en mi corta vida. Un nudo se formo en mí estómago, haciéndome pegar un gritillo, pero este fue detenido por una cinta pegada en mi boca. Quería vomitar y llorar. Estaba muy confundida y no sabía donde jodidos estaba.

Mi cabeza dolía tanto, que los palpitares de esta no me hacían pensar bien del todo; me sentía drogada y odiaba no poder recordar todo lo que había pasado antes de llegar aquí. Tal vez esto simplemente era un mal sueño; uno en el que no podía esperar para despertar.

Cuándo el dolor en mi cabeza empezó a bajar un poco, respirar se convertía en algo más difícil, y la cinta no ayudaba en nada. Traté de gritar, muy fuerte, para que alguien pudiera ayudarme pero era inútil, porqué sollozos era lo único que salía de mi boca, y estos no iban a ningún lado, gracias a la maldita cinta que estaba ocasionándome problemas cada segundo.

Entonces fue cuando empecé a sentir agua correr por mis mejillas, llevándome a la desesperación y haciéndome saltar en la cama, tratando de hacer ruido y tal vez, sólo tal vez alguien podría venir a ayudarme. Y creo que lo había logrado, ya que, la cabecera de la cama pegaba tan fuerte contra la pared de atrás que hacia doler mis propios oídos.

Después de unos minutos haciendo lo mismo, pare, cansada. Escuchando unos pasos demasiados apresurados por el pasillo, que suponía, estaban detrás de la puerta que llevaba a la habitación. Mi corazón palpitaba con gran velocidad, advirtiéndome que mi estado de nervios, desesperación y tristeza no ayudarían en nada cuándo quien sea que entré por esa desgastada puerta, llegará.

Quería parar de llorar, quería controlar mi respiración al igual que los rápidos latidos de mi corazón. Pero era casi imposible.

Mis manos se convirtieron en un puño apretado al escuchar la cerradura de la puerta abrirse con violencia y rapidez. Muy dentro de mí quería que la persona que este detrás de la puerta sea algún policía que venía a salvarme, pero las posibilidades eran nulas y me sentía como una imbécil, porque todas mis esperanzas de ser rescatada estaban hasta el suelo, tres metros bajo tierra. Temía y esperaba lo peor y odiaba sentirme de aquella manera.

Traté de controlar los escalofríos que llegaban a mi cuerpo y los temblores que corrían por mí anatomía cuando la puerta se abrió en un duro golpee pero todos mis intentos se fueron a la basura cuando encontré esos ojos verdes que me me miraban con tanta lujuria cada vez que hacían contacto con los míos. Estos me inspeccionaron desde los pies hasta la cabeza y cuando nuestras pupilas se encontraron, todos los recuerdos de la última noche llegaron a mi cabeza como un balde de agua fría. Los bruscos empujones, las advertencias, el pañuelo en mi boca, la respiración de él en mi rostro, sus rizos, sus ojos, sus labios y sus movimientos. Cada segundo de la pasada noche se instalarán en mi cerebro en segundos, con tan solo ver sus ojos.

Photograph |h.s|Where stories live. Discover now