En Vivian

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La Abadesa entró en el aposento justo cuando un relámpago rasgó el cielo para iluminar el llamado salir de su boca:

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La Abadesa entró en el aposento justo cuando un relámpago rasgó el cielo para iluminar el llamado salir de su boca:

—Te necesitamos.

La monja Vivian suspendió sus plegarias ante el altar y le dirigió una mirada a la superiora, quien añadió:

—Tengo el predecible deber de informarte que el obispo requiere de tu ayuda —se acercó y reposó una mano sobre su hombro—. Sé que no te ha de sorprender.

Si, era predecible. Vivian se persignó y se levantó luego de extender cuidadosamente su rosario frente a los pies de la virgen María.

Se incorporaron en los corredores del convento. Las nubes de esa noche incentivaron a las sombras a sumergir sus ventanas en una opresión grisácea. Húmeda.

«El señor está contigo», «Dios es grande y tú también, hermana», se topaban con monjas que no perdían la oportunidad de bendecir el porvenir de Vivian. Atravesaron con paso firme los jardines del claustro para acortar camino.

Los azotes del viento sacudían sus hábitos y la intuición de que, a partir de esa noche, la luna mostraría su otra cara.

****

En el transepto de la pequeña iglesia se reunían un grupo de hombres calvos y vestidos de negro.

—¿Es eso posible, su excelencia? —un padre se persignó de forma mecánica.

El obispo asintió con pesadez, tal parecía que el cuento lo había echado en repetidas ocasiones.

—Sí, así es. Así es.

—¿Pero dentro del cuerpo de un lobo? —un cura apretó su biblia bajo el brazo—. ¿El mismísimo Cinatit?

—No menciones su nombre a la ligera —le reprochó un padre que solo tenía tres pelos plateados en la cabeza—. ¿Pero cómo es tan si quiera viable tener preso al Rey Del Vacío? Es como que si alguien tuviese a Dios ahogado en un vaso de anís.

—Fantasioso, diría yo —apuntó otro.

—¡Bah! —chistó el más anciano. Arbustos de pelos sobresalían de los orificios de su nariz—. Así decían de la cabra Roberta y resulta que era el invento de un miserable escritor de Gefroland. Sí, exactamente —asintió al comentario de un cura que nombró la farsa del animal poseído en un mercadillo de reliquias—. Ningún espíritu maligno perdería su tiempo en ocupar las limitaciones de una cabra loca.

—No subestimen el interés de los demonios, señores —apuntó el obispo dando por finalizado el tema de conversación. Volvió hacia el mesón.

 Volvió hacia el mesón

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Oasis NocturnoWhere stories live. Discover now